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Los Siete Ahorcados y Otros Cuentos - Андреев Леонид Николаевич - Страница 36


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—¿Qué derecho tienes tú a ser bueno mientras que yo soy mala?

—¿Qué? —exclamó él horrorizado de pronto ante el abismo que se abría a sus pies.

—Hace mucho tiempo que te esperaba.

—¿Que me esperabas? ¿Tú?

—Sí, esperaba al bueno. Le he esperado cinco años o quizá aun más. Todos los que venían aquí se calificaban ellos mismos de cobardes, de canallas. Y eran verdaderamente canallas. Mi escritor me aseguró primero que era bueno; luego me confesó que era también un canalla. No tengo necesidad de esas gentes.

—¿Qué es lo que necesitas entonces?

—Tú, eres tú lo que necesito, querido. ¡Sí, tú! Tú eres precisamente lo que me tiene cuenta.

Le examinó atentamente de arriba abajo e hizo con la cabeza un signo afirmativo.

—Sí, es justamente esto lo que me hacía falta. ¡Gracias por haber venido!

Él, que jamás temió a nada, fue presa del pánico.

—Pero ¿qué es lo que quieres? —preguntó retrocediendo.

—Me hacía falta abofetear a un bueno, querido; a un verdadero bueno. Los otros, toda esa canalla, no vale la pena de que se la abofetee. Eso es ensuciarse las manos. Pero cuando te he abofeteado a ti he sentido mucho placer. Voy hasta besar la mano que te ha pegado. ¡Manita querida, bien has trabajado hoy!

Con una risa de contento acarició su mano derecha yla besó tres veces seguidas. Él miró a la mujer con un aire salvaje. Sus pensamientos, tan lentos de costumbre, se precipitaban ahora en una danza vertiginosa. Sentía la aproximación de algo terrible como la muerte.

—¿Qué es lo que has dicho?

—He dicho: es vergonzoso ser bueno. ¿No lo sabías?

—No, no lo sabía —balbuceó.

Sitiado por todo un mundo de pensamientos inesperados cayó sobre la silla olvidándose casi de la mujer.

—Bien; puesto que no lo sabías es preciso que lo sepas.

Hablaba tranquilamente; pero su pecho levantado por la respiración agitada rebelaba la profunda turbación de su alma, el grito de rebeldía largo tiempo ahogado y dispuesto a hacerse oír.

—En fin, ¿lo has aprendido ahora?

—¿Qué? —preguntó él como si acabara de despertarse.

—¿Lo sabes ahora? —repitió ella.

—¡Espera un poco!

—Bueno, esperaré. Cinco años hace que espero; puedo esperar aún cinco minutos.

Se sentó, y como si presintiera una gran alegría juntó sus manos sobre la nuca y cerró los ojos con una sonrisa de felicidad.

—Esperaré, querido. ¡Todo lo que quieras, rico mío!

—¿Has dicho que es vergonzoso ser puro?

—Sí, mi lobito, es vergonzoso.

—Entonces...

Se detuvo asustado.

—Sí, querido, eso es. ¿Te da miedo? Eso no es nada. No es más que el principio lo que da miedo...

—¿Y después?

—Te quedarás conmigo ysabrás lo que pasa después.

No comprendió.

—¡Cómo!, ¿quedarme contigo?

Ella a su vez se manifestó sorprendida.

—Pero después de eso ¿adónde podrías ir ya? Ten cuidado, querido, no valen trampas. Tú no eres un canalla como los otros. Si eres puro, honrado, te quedarás aquí y no irás a ninguna parte. No ha sido en vano el estarte esperando.

—¡Pero tú estás loca! —gritó con cólera.

Ella le miró fijamente, con severidad, y le amenazó con el dedo.

—Eso está mal. No se dice eso. Puesto que la verdad viene a ti, salúdala muy humildemente, pero no digas: «¡Tú estás loca!» Mi escritor es el que tiene la costumbre de decir eso; pero ése es un canalla, mientras que tú, tú debes ser honrado.

—¿Y si no me quedo? —dijo él con una pálida sonrisa en sus labios contraídos.

—¡Te quedarás! —afirmó ella con certidumbre—. ¿Adónde vas a ir? No tienes ya a donde ir. Eres honrado. Un canalla tiene ante sí muchos caminos; un hombre honrado no tiene más que uno solo. Lo comprendí cuando me besaste la mano. «Es estúpido, pero es honrado», me dije en aquel momento. No hay que reprocharme el haberte llamado estúpido; la culpa fue tuya. ¿Por qué me has querido hacer el regalo de tu inocencia? Probablemente te dijiste: «Le haré ese regalo y me dejará tranquilo.» ¡Dios mío, qué ingenuo eres! En el primer momento hasta llegué a sentirme insultada; me parecía que hacías eso porque me despreciabas demasiado. Luego he comprendido que lo hacías porque eres demasiado bueno. Tu cálculo era bien sencillo: «Voy a sacrificarle mi pureza —te dijiste—, y con ello aun me haré más puro todavía. De ese modo tendré algo así como una moneda de oro incambiable y eterna. Se la puedo dar a los mendigos. pero vuelve siempre a mi bolsillo.» No, querido, no te valdrá eso.

—¿No?

—No, querido, no soy tan estúpida como todo eso. He visto ya mercaderes así: amontonan millones con todas las injusticias y luego dan diez céntimos para la iglesia y creen que han salvado su alma. No, querido, construye tú mismo la iglesia, de todo lo que es amado por ti. Tu inocencia no es gran cosa; quizá me la ofreces porque no tienes necesidad de ella; está ya caducada, llena de polvo... ¿Tienes novia?

—No.

—Pero si la tuvieras, si te esperara mañana con flores, besos y palabras de amor, ¿me habrías ofrecido tu inocencia?

—No sé.

—¿Lo ves? Tenía yo razón. Me habrías dicho: «Toma mi vida, pero no toques a mi honor.» Das lo más barato. No, rico; dame lo más caro, sin lo que no puedas vivir.

—Pero ¿por qué razón?

—¿Cómo por qué razón? Pues muy sencillamente: para no tener vergüenza.

—Luba —exclamó él extrañado—, pero es que tú misma eres...

—¿Quieres decir que si yo mismo soy buena? ¿Sí? Pues bien, ya lo había oído. Pero eso no es verdad. Yo estoy prostituida, eso es todo. Pronto lo aprenderás cuando te quedes conmigo.

—Pero no me quedaré —gritó él apretando los dientes.

—No vale la pena de gritar, rico. La verdad no teme los gritos. Es como la muerte: cuando viene hay que recibirla tal como es. La verdad es a veces penosa, bien lo sé yo.

Bajó la voz y añadió mirándole fijamente a los ojos:

—Dios también es bueno, ¿no es eso?

—¿Y bien?

—Nada más. Reflexiona, yo no te diré nada más... Hace cinco años que no he estado en la iglesia... Sí, es muy complicada la verdad...

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