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Los Siete Ahorcados y Otros Cuentos - Андреев Леонид Николаевич - Страница 45


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Finalmente, aquella mujer dejó tranquilo a Valia, ymientras él se enjugaba los labios lo examinó con una mirada rápida como si quisiera fotografiarlo. Su naricita chata, sus espesas cejas de persona mayor, que cubrían sus negros ojos, y todo su aire serio y grave recordaron, sin duda, algo a aquella mujer, pues se echó a llorar. No lloraba tampoco como mamá: su rostro permanecía inmóvil y solamente las lágrimas corrían rápidamente una tras otra como si rivalizaran en rapidez.

Habiendo acabado de pronto de llorar, lo mismo que había empezado, preguntó:

—Valia, ¿no me conoces?

—No.

—Y sin embargo vine a verte dos veces. ¿No te acuerdas?

Quizá hubiera venido, y hasta dos veces; quizá nunca había estado allí; Valia no sabía nada. Además no tenía para él ninguna importancia que hubiera venido o no aquella mujer desconocida. Pero le impedía leer con sus preguntas.

—¡Yo soy tu madre, Valia!

Muy sorprendido buscó a mamá con la mirada, pero mamá no estaba allí.

—¿Es que puede haber dos mamás? —dijo—. Dices tonterías.

La mujer se echó a reír, pero aquella risa no gustó a Valia; se veía bien que no tenía gana alguna de reír y que lo hacía a propósito para engañarle.

Durante algún tiempo estuvieron los dos callados,

—¿Sabes ya leer? ¡Eso es bueno!

Él no respondió.

—¿Qué es lo que lees?

—¡La historia del rey Bova! —contestó con una -serena dignidad y con un respeto evidente para el ¡gran libro.

—¡Ah! Eso debe de ser muy interesante. Cuéntame esa historia, te lo ruego —pidió humildemente la mujer.

Y había de nuevo algo falso en aquella voz, a la que ella procuraba dar las notas dulces que tenía la de mamá, pero que aun así era aguda y desagradable. Había igualmente algo falso en todos sus movimientos. Se colocó mejor sobre la silla y aun extendió el cuello preparándose a escuchar atentamente a Valia; pero cuando éste, de mala gana, se puso a contar la historia, ella se abismó en sus pensamientos y quedó sombría como una linterna apagada. Valia se ofendió por sí mismo y por el rey Bova; pero queriendo ser galante acabó la historia apresuradamente.

—¡Eso es todo! —dijo.

—Pues bien, hasta la vista, mi querido niñito —dijo la extraña mujer, empezando de nuevo a apretar sus labios contra el rostro de Valia—. Pronto volveré otra vez. ¿Estarás contento de verme?

—Sí, vuelve si quieres —contestó él galantemente. Y con la esperanza de que se fuera antes—: ¡Muy contento!

Se marchó. Pero tan pronto como Valia encontró en el libro la palabra en que había quedado vio entrar a mamá. Le miró y se echó a llorar también. Que la otra mujer llorara se comprendía: probablemente lamentaba ser tan desagradable y enojosa; pero ¿por qué lloraba mamá?

—Oye —le dijo a mamá con aire pensativo—: Aquella mujer me ha disgustado terriblemente. Dice que es mi mamá. ¡Como si un muchacho pudiera tener dos mamás a la vez!

—No, querido, eso no pasa nunca, pero te ha dicho la verdad: es verdaderamente tu mama.

—Y tú, ¿qué es lo que eres?

—Yo soy tu tía.

Este fue un descubrimiento inesperado, pero Valia le recibió con una indiferencia imperturbable: si se empeñaba en ser su tía, ¿por qué no? Le daba absolutamente lo mismo. Las palabras no tenían para él la importancia que para las personas mayores. Pero su ex mamá no lo comprendía y se puso a explicarle cómo era que antes había sido su mamá y ahora no era más que su tía.

—Hace mucho tiempo, mucho tiempo, cuando tú eras todavía muy pequeño...

—¿Así? —y levantó su mano a veinte centímetros de la mesa.

—No, todavía más pequeño.

—¿Como nuestro gatito? —preguntó Valia lleno de alegría.

Hablaba de su gato blanco que le habían dado recientemente y que era tan pequeño que se colaba fácilmente, con sus cuatro patitas, en un platillo.

—Sí.

Tuvo una risa feliz, pero en el mismo instante tomó su aire grave habitual y con la condescendencia de un hombre que se acuerda de las faltas de su juventud observó:

—¡Qué mono debía ser yo entonces!

Pues bien, cuando él era aún pequeño y mono, corno su gatito, aquella mujer le había llevado allí y le había regalado para siempre... igual que a un gatito. Y ahora, cuando ya era grande e inteligente, le quería recobrar.

—¿Quieres irte a tu casa? —preguntó la ex mamá. Y se puso roja de alegría cuando Valia dijo resueltamente y con aire grave:

—No, no me gusta.

Y se puso a leer de nuevo.

Valia creía terminado el incidente, pero se engañaba. Aquella mujer extraña, de rostro lívido como si le hubieran chupado toda su sangre, llegada no se sabe de dónde y luego desaparecida otra vez, perturbó toda la casa, expulsó de ella la tranquilidad y la llenó de angustia sorda. Mamá-tía lloraba frecuentemente y preguntaba a Valia si quería abandonarla; papá-tío se pasaba sin cesar la mano sobre el cráneo calvo, levantándose sus crasos cabellos blancos, y cuando mamá no estaba delante le preguntaba también si quería ir a casa de aquella mujer.

Una noche, cuando Valia estaba ya en la cama, pero sine dormirse todavía, el ex papá y la ex mamá hablaban de él y de aquella mujer extraña. El ex papá hablaba con una voz baja y enfadada que hacía temblar ligeramente los cristales azules y rojos de la gran araña.

—¡Estás diciendo sandeces, Nastasia Filipovna! No tenemos el deber de devolver el niño. En interés suyo no le tenemos. No se sabe de qué vive esa mujer desde que fue abandonada por... aquel... ; en fin, yo te digo que el niño perecería en casa de aquella mujer.

—Pero ella le ama, Grischa.

—¿Y nosotros no le amamos? Razonas de una manera extraña, Nastasia Filipovna. Se diría que querías desembarazarte del niño.

—¿No te da vergüenza decir eso?

—Te pido perdón. Reflexiona fríamente, tranquilamente. Una mujer cualquiera echa al mundo un niño y para desembarazarse de él lo regala; después vuelve y declara: «puesto que mi amante me ha abandonado, me aburro y quiero recobrar el niño. Puesto que no tengo bastante dinero para frecuentar los teatros y los conciertos, me voy a divertir con mi niño...» No, de ningún modo. Se engaña usted, señora. No lo tendrá.

—Te equivocas, Grischa: sabes bien que está enferma, abandonada de todo el mundo...

—¡Ah, Nastasia Filipovna! ¡Un santo perdería la paciencia contigo! Pero tú olvidas que se trata del porvenir del niño. O quizá eso te importa poco, que sea un hombre honrado o se haga un canalla. Y yo estoy seguro que en casa de esa mujer se hará un pícaro, un ladrón, un canalla y... un canalla.

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