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¿Por Quién Doblan Las Campanas? - Хемингуэй Эрнест Миллер - Страница 47


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- ¿Qué informaciones?

- Movimiento de tropas. Mucho.

- ¿Dónde?

- Segovia. Aviones. ¿Has visto?

- Sí.

- Malo, ¿eh?

- Malo.

- Movimiento de tropas. Mucho. Entre Villacastín y Segovia. En la carretera de Valladolid. Mucho entre Villacastín y San Rafael. Mucho. Mucho.

- ¿Qué es lo que usted piensa?

- Preparamos alguna cosa.

- Es posible.

- Ellos saben. Ellos también preparan.

- Es posible.

- ¿Por qué no saltar puente esta noche?

- Ordenes.

- ¿De quién?

- Cuartel General.

- ¡Ah!

- ¿Es importante el momento en que hay que volar el puente? -preguntó Pilar.

- No hay nada tan importante.

- Pero ¿y si traen tropas?

- Enviaré a Anselmo con un informe de todos los movimientos y concentraciones. Está vigilando la carretera.

- ¿Tienes alguien en la carretera? -preguntó el Sordo.

Robert Jordan no sabía lo que el hombre había oído o no. No se sabe jamás con un sordo.

- Sí -dijo.

- Yo también. ¿Por qué no volar puente ahora?

- Tengo otras órdenes.

- No me gusta -dijo el Sordo-. No me gusta.

- A mí tampoco -dijo Robert Jordan.

El Sordo movió la cabeza y se bebió un trago de whisky.

- ¿Quieres algo de mí?

- ¿Cuántos hombres tiene usted?

- Ocho.

- Hay que cortar el teléfono, atacar el puesto de la casilla del peón caminero, tomarle y replegarse al puente.

- Es fácil.

- Todo se dará por escrito.

- No vale la pena. ¿Y Pablo?

- Cortará el teléfono abajo; atacará el puesto del molino, lo tomará y se replegará sobre el puente.

- ¿Y después, para la retirada? -preguntó Pilar-. Somos siete hombres, dos mujeres y cinco caballos. ¿Te das cuenta? -gritó en la oreja del Sordo.

- Ocho hombres y cuatro caballos. Faltan caballos -dijo el viejo-. Faltan caballos.

- Diecisiete personas y nueve caballos -dijo Pilar-. Sin contar los bultos.

El Sordo no dijo nada.

- ¿No hay manera de tener más caballos? -preguntó Robert Jordan.

- En guerra, un año -dijo el Sordo-, cuatro caballos -y enseñó los cuatro dedos de la mano-. Tú quieres ocho para mañana.

- Así es -dijo Robert-. Sabiendo que se van ustedes de aquí, no necesitan ser tan cuidadosos como lo han sido por estos alrededores. No es necesario por ahora ser tan cuidadosos. ¿No podrían hacer una salida y robar ocho caballos?

- Tal vez -dijo el Sordo-. Quizá sí. Tal vez más.

- ¿Tienen ustedes un fusil automático? -preguntó Robert Jordan.

El Sordo asintió con la cabeza.

- ¿Dónde?

- Arriba, en el monte.

- ¿Qué clase?

- No sé el nombre. De platos.

- ¿Cuántos platos?

- Cinco platos.

- ¿Sabe alguien utilizarlo?

- Yo, un poco. No tiro demasiado. No quiero hacer ruido por aquí. No valer la pena gastar cartuchos.

- Luego iré a verlo -dijo Robert Jordan-. ¿Tienen ustedes granadas de mano?

- Muchas.

- ¿Y cuántos cartuchos por fusil?

- Muchos.

- ¿Cuántos?

- Ciento cincuenta. Más quizá.

- ¿Qué hay de otras gentes?

- ¿Para qué?

- Contar con fuerzas suficientes para tomar los puestos y cubrir el puente mientras lo vuelo. Necesitaríamos el doble de los que tenemos.

- Tomaremos puestos; no te preocupes. ¿A qué hora del día?

- Con luz del día.

- No importa.

- Necesitaré por lo menos veinte hombres más -dijo Robert Jordan.

No hay buenos. ¿Quieres los que no son de confianza?

- No. ¿Cuántos buenos hay?

- Quizá cuatro.

- ¿Por qué tan pocos?

- No hay confianza.

- ¿Servirían para guardar los caballos?

- Mucha confianza para guardar los caballos.

- Me harían falta diez hombres buenos, por lo menos, si pudiera encontrarlos.

- Cuatro.

- Anselmo me ha dicho que había más de ciento por estas montañas.

- No buenos.

- Usted ha dicho treinta -dijo Robert Jordan a Pilar-. Treinta seguros hasta cierto grado.

- ¿Y las gentes de Elías? -gritó Pilar. El Sordo negó con la cabeza.

- No buenos.

- ¿No puede usted encontrar diez? -preguntó Jordan. El Sordo le miró con ojos planos y amarillentos y negó con la cabeza.

- Cuatro -dijo, y volvió a mostrar los cuatro dedos de la mano.

- ¿Los de usted son buenos? -preguntó Jordan, lamentando en seguida el haber dicho estas palabras.

El Sordo afirmó con la cabeza.

- Dentro de la gravedad -dijo. Sonrió-. Será duro, ¿eh?

- Es posible.

- No importa -dijo el Sordo, sencillamente, sin alardear-. Valen más cuatro hombres buenos que muchos malos. En esta guerra, siempre muchos malos; pocos buenos. Cada día menos buenos. ¿Y Pablo? -Y miró a Pilar.

- Ya sabes -exclamó Pilar-. Cada día peor.

El Sordo se encogió de hombros.

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