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Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 14


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«Que pijo», penso Viktor sin estar muy seguro. Habia ido a vomitar... Miro a la izquierda. Alli todo estaba oscuro.

Se quito el impermeable, cerro la habitacion y se dedico a buscar a Diana. «Habra que ir al dormitorio de Roscheper —penso—. ?En que otra parte puede estar?»

Roscheper ocupaba tres habitaciones. En la primera habian cenado hacia poco: sobre las mesas, cubiertas por manteles manchados, se amontonaban platos sucios, ceniceros, botellas, servilletas arrugadas, y no habia nadie, a no ser una calva sudorosa y solitaria que roncaba encima de un plato con aspic de pescado.

En la habitacion central el humo era denso y pesado. Sobre la enorme cama de Roscheper saltaban unas chicas forasteras, semidesnudas. Jugaban un extrano juego con el senor burgomaestre, rojo al borde de la apoplejia, que metia su hocico entre las dos como un cerdo entre bellotas, y tambien emitia chillidos y grunidos de satisfaccion. Tambien estaban alli otras personas: el jefe de policia, sin guerrera; el juez de la ciudad, con ojos que estaban a punto de salirsele de las orbitas del nerviosismo y la falta de aire; y una vivaracha desconocida, vestida de color lila. Los tres jugaban en una mesa de billar infantil, colocada sobre el tocador. En un rincon, recostado en la pared, estaba sentado el director del gimnasio, con las piernas extendidas, la chaqueta manchada y una sonrisa idiota en el rostro. Viktor se disponia ya a marcharse cuando alguien le agarro la pernera del pantalon. Miro hacia abajo y se aparto de un salto. Alli estaba, a cuatro patas, el diputado, caballero de diversas ordenes, autor del sonado proyecto sobre la repoblacion de los embalses de Kitchingan, el mismisimo Roscheper Nant.

—Quiero jugar a los caballitos —gimio el parlamentario, implorante—. ?Vamos, a los caballitos! ?Arreeee! —insistia.

Viktor se libero con delicadeza y echo una mirada a la ultima habitacion. Vio a Diana alli. Al principio no se dio cuenta de que se trataba de Diana, y despues, molesto, penso: «?Que tierno!». Habia mucha gente, hombres y mujeres vagamente conocidos, formaban un corro y marcaban el ritmo con las manos, y en el centro del corro Diana bailaba con el mismo pijo del bronceado amarillento, dueno del perfil aguileno. Los ojos de ella ardian, al igual que sus mejillas, el cabello volaba sobre sus hombros y se movia como una diablesa. El del perfil aguileno intentaba estar a su altura.

«Que raro —penso Viktor—. ?De que se trata? Algo esta fuera de lugar. El baila bien, en realidad baila maravillosamente. Como un profesor de danza. No baila, sino que muestra como hay que bailar... Pero ni siquiera como un profesor, sino como un alumno en un examen. Anhela recibir un sobresaliente. No, no es eso. ?Escucha, querido, estas bailando con Diana! ?Acaso no te das cuenta de ello?» Viktor aguzo su imaginacion, como hacia habitualmente. El actor baila en el escenario, todo va bien, perfecto, todo marcha de la forma debida, sin falsedades, pero en casa ocurre una desgracia... no, no tiene que ser una desgracia, simplemente esperan el momento en que el regresara, y el tambien espera a que bajen el telon y apaguen las luces... y no hace falta que sea un actor, sino un hombre cualquiera que encarna a un actor, que a su vez encarna a un hombre cualquiera... ?Es que Diana no se da cuenta? Es una falsificacion.

Un maniqui. Entre ellos no hay nada que los aproxime, ninguna seduccion, ni una sombra de deseo... Es imposible imaginarse que puedan decirse el uno al otro algo que no sean palabras vacias. ?Ha sudado usted? Si, lo he leido, dos veces incluso... En ese momento vio que Diana, apartando a los invitados, corria hacia el.

—?Vamos a bailar! —le grito, todavia a cierta distancia.

Alguien se le interpuso en el camino, otro la tomo de un brazo, pero ella se libero, riendo, mientras Viktor buscaba con los ojos al del rostro amarillento y no lo encontraba, y eso lo preocupaba de forma desagradable.

Ella llego corriendo junto a el, lo agarro por la manga y lo arrastro al corro.

—?Vamos, vamos! Todos los que aqui estan son de los nuestros, los borrachos, los harapientos, la escoria... ?Muestrales lo que es bailar! Ese chico no sabe nada.

Lo arrastro al corro. Alguien en la multitud grito: «?Tres hurras por el escritor Banev!». El tocadiscos callo por un segundo, y al momento volvio a aullar y ladrar. Diana se le pego, despues dio un paso atras, olia a perfume y a vino, su cuerpo ardia y ahora Viktor no veia otra cosa que no fuera su rostro, excitado y maravilloso, y su cabello que flotaba.

—?Baila! —grito ella, y el comenzo a bailar—. Que bien que has venido.

—Si, si.

—?Por que estas sobrio? Siempre estas sobrio cuando no se necesita.

—Me emborrachare.

—Hoy te necesito borracho.

—Lo estare.

—Quiero hacer contigo lo que se me ocurra. No tu conmigo, sino yo contigo.

—Si.

Ella reia, satisfecha, y a continuacion bailaron sin hablar, sin ver nada y sin pensar en nada. Como en suenos. Como en el combate. Asi era ella ahora, como un sueno, como un combate. Diana, la posesa... En torno a ellos daban palmadas y gritaban, al parecer alguien intentaba bailar, pero Viktor lo aparto de un empujon para que no interfiriera, mientras Roscheper gritaba sin parar: «?Oh, mi pobre pueblo borracho!».

—?Es impotente?

—Por supuesto. Yo lo bano.

—?Y que tal?

—Del todo.

—?Oh, mi pobre pueblo borracho! —gemia el diputado.

—Vamonos de aqui —dijo Viktor.

La tomo de la mano y la condujo afuera. Borrachos y harapientos, que apestaban a alcohol rancio y a ajo, les abrian paso, y en la puerta un mocoso de labios gruesos, con manchas rojas en las mejillas, se interpuso y dijo algo grosero, mientras agitaba los punos, pero Viktor le dijo: «Mas tarde, mas tarde», y el mocoso desaparecio. Sin soltarse las manos, corrieron por el pasillo vacio, despues Viktor abrio la puerta sin liberar la mano de ella, la cerro a sus espaldas e hizo calor, hizo un calor insoportable, asfixiante, y la habitacion, que primero habia sido amplia y espaciosa, se volvio estrecha e incomoda, y entonces Viktor se levanto y abrio de par en par las ventanas, y un aire negro y humedo envolvio sus hombros y su pecho desnudo. Retorno al lecho, busco en la oscuridad la botella de ginebra, dio un trago y se la paso a Diana. A continuacion se acosto, a su izquierda fluia un aire frio y a la derecha habia algo sedoso y tierno. Oia la prolongacion de la borrachera: los invitados cantaban a coro.

—?Durara mucho tiempo? —pregunto.

—?Que? —replico Diana, medio dormida.

—Que si van a seguir aullando mucho tiempo.

—No se. ?Y que nos importa? —Se volvio sobre un lado y coloco la mejilla sobre el hombro de el—. Hace frio —se quejo.

Se metieron bajo la colcha.

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