Выбери любимый жанр

La batalla - Rambaud Patrick - Страница 21


Перейти на страницу:
Изменить размер шрифта:

21

– ?Todos?

– Todos. Van a cortar esos arboles, prepararlos, unirlos, clavarles tablas, asegurarlos con cuerdas, lo que os plazca, pero debemos disponer de las balsas lo antes posible, tantas como barcas desaparecidas.

– De acuerdo.

– Mirad, no todas las tablas del suelo se han perdido. Desde aqui veo que han quedado en la orilla de la isla. Que vayan a buscarlas.

– No hay tantas…

– ?Son suficientes! ?Restablezcamos el enlace con la orilla derecha a toda costa, y rapido!

– Rapido, lo que se dice rapido, mi coronel…

– Capitan -replico Lejeune, manteniendo la calma-, los austriacos van a atacar de un momento a otro. Espero que alrededor de Ebersdorf, ahi delante, lo sepan y actuen.

Los soldados de Molitor se apretaban en un largo camino encajonado que enlazaba la zona trasera de Aspern con uno de los numerosos brazos muertos del Danubio. Habian cargado los fusiles y aguardaban en cierto modo como si estuvieran en una trinchera, al abrigo de aquel parapeto natural coronado de maleza. Creian que estaban en reserva, ya que los austriacos marchaban por la planicie, ante los pueblos, y tropezarian primero con la caballeria o los canones de Massena. Inquietos, pero seguros de que no iban a sufrir el primer choque, algunos escuchaban para distraerse los relatos del brigada Roussillon, aunque se los sabian de memoria. Se habia batido en todas partes, y haber sobrevivido le llenaba de orgullo, de modo que por enesima vez hablaba de sus heridas o de horrores que ponian los pelos de punta, por ejemplo, que en El Cairo un solo verdugo habia decapitado a dos mil rebeldes turcos en cinco horas sin torcerse la muneca. Vincent Paradis estaba separado de ese grupo. Temia estar viviendo su ultima jornada, y para no pensar en nada mas que en lo inmediato, importunaba con una cana a una voluminosa tortuga, la cual se debatia con el caparazon en el fango y las patas al aire.

– Tu bicho nunca lograra volver a su posicion normal -comento otro tirador-. Tiene las patas demasiado cortas, como nosotros. ?Si tuviera unas piernas mas largas y que no me flaquearan, te juro que me largaria, y a toda prisa!

– ?Y adonde irias, Rondelet?

– A meterme en un agujero, naturalmente, y esperar que pase todo esto. Envidio a los topos.

– Calla…

Paradis aguzo el oido. -?Oyes, Rondelet? -Oigo los cuentos del brigada, pero no le escucho. -Los pajaros…

– ?Que? ?Los pajaros?

– Han dejado de cantar.

Al tirador Rondelet lo mismo le daba. Mordio una galleta tan dura que estuvo a punto de romperse los dientes, y canturreo con la boca llena:

Viva, viva, Napoleon,

que nos da pato y pollo asado,

pan y vino a discrecion.

Viva, viva Napoleon…

Paradis se levanto hasta el borde del camino encajonado que disimulaba a su compania. Vio una bandera de fondo amarillo que rebasaba un otero, y luego cascos de hierro negro, destellos luminosos en las hojas puntiagudas de las bayonetas y pronto una columna de uniformes blancos, luego otra y otra mas, sin tambores, sin ruido. Paradis se dejo caer sentado al fondo del camino y logro articular:

– ?Ahi estan!

– Ahi estan, por nuestro lado -repitio el tirador Rondelet a su vecino, el cual se lo dijo al siguiente, y la noticia corrio hasta Aspern, cuchicheada por los jovenes soldados.

Se dispusieron en una decena de lineas, dispuestos a trepar a las praderas y las colinas de donde procedia el peligro. Sin alzar el tono, con voz firme, los oficiales ordenaron a las tres primeras li neas que ocuparan su posicion de tiro para cerrar el paso a los austriacos. Cerca de quinientos tiradores escalaron en silencio las paredes de tierra y grava. Con una rodilla en la hierba, detras de los matorrales que bordeaban su reducto, apoyaron el arma en el hombro, apuntando hacia las colinas. A sus espaldas, sus camaradas se preparaban para sustituir a los que hubieran disparado, a fin de darles tiempo para recargar y asegurar la continuidad del fuego.

– ?Sin impaciencia! -gruno el brigada Roussillon-. Dejad que se acerquen…

Los tiradores bajaron sus fusiles.

– Cuando hayan llegado a ese arbolito esmirriado (?lo veis? A ciento cincuenta metros…), ?entonces sera el momento!

Mas lejos, a su derecha, a la mitad de la distancia hasta el pueblo, se veian los cascos empenachados de otra compania, detras de las tapias bajas y bajo el granero de una granja, un edificio de mamposteria muy grande. Molitor habia dispuesto sus tropas aprovechando todos los accidentes del terreno, incluso las elevaciones de barro seco que los campesinos habian colocado para protegerse de las inundaciones. De improviso, Paradis se sintio muy sereno. Se sumio en la observacion de aquellas columnas blancas, ordenadas, lentas, casi inmateriales que, no obstante, avanzaban en linea recta hacia el y que desaparecieron al rodear un otero, como si se los hubiera tragado la tierra. El suelo atormentado, cerca del Danubio, obstaculizaba las perspectivas, y aquellos austriacos bribones lo sabian.

Era la una de la tarde calurosa cuando resonaron unos disparos de fusil aislados por el lado de la granja. Los soldados permanecian tensos, con las armas hacia el suelo, la mirada fija en un horizonte movil y aquella ultima colina de donde podian surgir en cualquier momento los tiradores del archiduque. ?Donde se habian quedado, por todos los santos? Aparecieron bruscamente en la alta hierba, en lineas oblicuas y ordenadas a la perfeccion, con sus largas polainas grises, los uniformes limpios y todos iguales, apuntando las bayonetas con un mismo movimiento, como en un desfile, y Paradis se miro los pantalones desgarrados ya por las zarzas. Rondelet llevaba una chaqueta de civil bajo el tahali blanqueado con creta. El oficial que los mandaba no tenia sombrero y sus mejillas estaban ensombrecidas por una barba de dos dias. Delante, los austriacos avanzaban sin cesar, en filas interminables. ?Cuantos podrian ser?

– Nos superan diez veces en numero -mascullo Rondelet. -Exageras -le respondio Paradis, para que no le flaqueara el valor.

El enemigo iba a franquear el limite del arbol esmirriado, y todos encararon los fusiles, el dedo febril en el gatillo.

– ?Fuego! -ordeno el oficial que habia desenvainado el sable, cuya vaina vacia sostenia en la mano izquierda.

Paradis disparo y el retroceso fue tan violento que creyo que se habia arrancado el hombro. Se puso en cuclillas para dejar que le sustituyeran sus companeros de la segunda linea. Habia disparado delante de el, a la altura del pecho, a ojo de buen cubero, e ignoraba si habia alcanzado a algun enemigo.

– ?Fuego!

Oyo la andanada siguiente, sin ver nada mas, al abrigo del camino encajonado donde recargaba. Tomo un cartucho, lo desgarro con los dientes, vertio la polvora en el canon caliente, ataco con la baqueta y deslizo la bala. La operacion duraba tres minutos cada vez, y el se tomaba ese tiempo como un respiro. Por encima del camino no dejaban de disparar. ?Y los austriacos? Paradis aun no habia visto heridos. Cuando le toco el turno de subir, una vez disipada la humareda, los austriacos habian vuelto a desaparecer al otro lado de las colinas.

En vez de desaparecer como Vincent Paradis estaba seguro de que lo hacian, los austriacos se agrupaban segun un plan estudiado. Lo que el soldado de infanteria ignoraba cuando disparaba al azar en el campo, el mariscal Massena lo habia descubierto. Desde lo alto del campanario de Aspern gozaba de una vision panoramica de todo el campo de batalla. Se volvio, rozando la campana de bronce, fue de una ventana a otra, unas aberturas estrechas pero altas, terminadas en ojiva, y entonces adivino los movimientos de las tropas contrarias, tres enormes masas de hombres disciplinados que envolvian el pueblo desde las cienagas en el meandro del Danubio hasta la mitad de la planicie de Marchfeld, y tal vez incluso mas alla de Essling, en el otro extremo del frente. Aqui y alla los regimientos se abrian para que avanzaran decenas de canones tirados por caballos y arcones con sus artilleros sentados a horcajadas. Massena, palido y silencioso, golpeaba los muros con la fusta anudada en la mano derecha. Se maldecia por no haber almenado los edificios ni ordenado que cavaran grandes trincheras para retrasar el avance inevitable de los ejercitos del archiduque. Comprendia que este queria rodear los pueblos, destruir los puentes, encerrar a los treinta mil soldados que ya habian pasado a la orilla izquierda, privarlos de refuerzos y aniquilarlos con unos efectivos tres veces superiores. Se daba cuenta de que a partir de ahora la situacion dependia de sus propias decisiones. En la escalera del campanario, seguido por su edecan Sainte-Croix, gritaba:

– ?Van a asediarnos y hacernos trizas!

– Sin duda -dijo Sainte-Croix.

– ?Con toda seguridad! Teneis dos ojos, ?no? ?Que hariais vos en este caso?

– Daria prioridad a la proteccion de los puentes, senor duque. -?Eso no basta! ?Que mas?

– Pues…

– ?Habeis visto osos en Baviera?

– ?Osos? De lejos.

– Cuando un oso esta herido, ?se lame y se echa a dormir?

– No lo se, senor duque.

– ?Ataca! ?Vamos a hacer lo mismo! ?Nuestros pordioseros van a abrir una brecha en esos bonitos batallones bien uniformados! ?Vamos a sorprenderlos! ?Vamos a desorganizarlos! ?Vamos a cortarlos en pedazos, senor Sainte-Croix!

Massena cogio de la sacristia una esplendida estola bordada con hilo de oro y se la echo a los hombros, diciendo:

– Esto vale una fortuna, Sainte-Croix, seria estupido que pisotearan este chal de cura. Vos, que teneis ese apellido sospechoso, ?creeis en las iglesias?

– Creo en vos, senor duque.

– Buena respuesta -dijo Massena, echandose a reir.

Iba a tomar la iniciativa del ataque y estaba radiante. Bajo los olmos de la plaza, dijo a los oficiales reunidos que esperaban sus ordenes:

– Hemos de mantener dos kilometros de frente antes de que lleguen nuestros ejercitos de la orilla derecha. Ahi delante nos triplican en numero, y tienen por lo menos doscientos canones que estan situando. ?Tenemos que lanzar el primer asalto!

– El puente grande aun no esta reparado…

– ?Precisamente! Ya no tenemos tiempo.

Massena monto de un salto el caballo que le presentaba, sujeto por la brida, uno de sus caballerizos, se puso los guantes blancos, dio un golpe de fusta y fue a reunirse con los artilleros que habia desplegado en el perimetro de Aspern, ocultos bajo los arboles o en las esquinas de los caserones. Todo estaba preparado. Los servidores permanecian en pie detras de una veintena de canones ya cargados. A una senal de Massena, encendieron las mechas de los botafuegos. Bien visibles en la planicie, las tropas del 6.° cuerpo del ejercito austriaco, al mando del baron Hiller, habil pero entrado en anos, permanecian en descanso, apretadas, compactas.

21

Вы читаете книгу


Rambaud Patrick - La batalla La batalla
Мир литературы

Жанры

Фантастика и фэнтези

Детективы и триллеры

Проза

Любовные романы

Приключения

Детские

Поэзия и драматургия

Старинная литература

Научно-образовательная

Компьютеры и интернет

Справочная литература

Документальная литература

Религия и духовность

Юмор

Дом и семья

Деловая литература

Жанр не определен

Техника

Прочее

Драматургия

Фольклор

Военное дело