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La batalla - Rambaud Patrick - Страница 31


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– ?Davout! ?Que le apremien! ?Y los canones?

– Ciento cincuenta piezas.

– Bene! Lannes, embestiras el centro austriaco con las divisiones Claparede, Tharreau y Saint-Hilaire. Bessieres, Oudinot, la caballeria ligera con Lasalle y Nansouty esperaran que abras una brecha para penetrar, y luego regresaran hacia las alas enemigas concentradas ante los pueblos…

El emperador hizo un gesto a Constant, el cual le puso la levita sobre los hombros, pues estaba refrescando. Caulaincourt le sirvio un vaso de chambertin, y Napoleon siguio diciendo:

– Con el apoyo de Legrand, Carra-Saint-Cyr y los tiradores de mi guardia, Massena volvera a tomar una posicion mas firme en Aspern. Los tiradores de Molitor permaneceran en reserva, esos hombres se lo han merecido. Boudet defendera Essling.

El emperador bebio y, levantandose, se despidio de sus invitados. Lannes se marcho solo, con el bicornio bajo el brazo. Tenia tan poco sueno como apetito. Cruzo el puente pequeno, atestado de heridos, para dirigirse a la casa de piedra donde habia reposado la vispera en brazos de Kosalie, pero aquella noche el pabellon de caza estaba vacio. La joven habia vuelto a cruzar el puente antes de que se rompiera, la vispera, a primera hora. A el le hubiera gustado hacerle un regalo, una crucecita de plata cincelada y con incrustaciones de diamantes que llevaba al cuello desde que estuvo en Espana, y este pensamiento le hizo remontarse a unos meses atras, cuando estaba en Zaragoza y un capellan espanol que protegia el relicario de Nuestra Senora del Pilar le ofrecio un tesoro a cambio de la vida de sus monjes. Tenia una fortuna que se aproximaba a los cinco millones de francos: coronas de oro, un pectoral de topacio, una cruz de la orden de Calatrava, de oro esmaltado, retratos, la crucecita… Se abrio la guerrera y la camisa, cogio la joya con la mano derecha y le dio un tiron seco para romper la cadena. Se dirigio a la orilla arenosa y arrojo el objeto con todas sus fuerzas a las aguas del Danubio que no dejaban de crecer. Entonces permanecio largo tiempo ante el rio que rugia.

En la misma ribera de la isla Lobau, cerca de un kilometro mas al oeste, en la maleza donde desembocaba el gran puente flotante, Lejeune y su amigo Perigord aguardaban el final de los trabajos de consolidacion. Los pontoneros y marinos de la Guardia no habian dejado de trabajar en el. Algunos hombres se habian ahogado sin que pudieran evitarlo las precauciones y la pericia. A decir verdad, faltaban materiales y, en vez de construir, se hacian chapuzas. Los dos edecanes de Berthier contemplaban desolados el impetu incesante de las aguas, los remolinos, las olas y el aspecto del macareo, los troncos arrancados que se estrellaban contra la fragil construccion. Tendrian que haber alzado estacadas corriente arriba, esa especie de diques formados por pilotes y cadenas capaces de domar la corriente, de retener a los arboles arrastrados y las terribles barcas triangulares que seguian enviando los austriacos, o aminorar su velocidad. Aquellos proyectiles eran todavia mas temibles por la noche, a pesar de los faroles colgados de astas, a pesar de las antorchas. Cuando divisaban un islote de follaje o arboles transformados en arietes por la velocidad, casi siempre era demasiado tarde y tenian dificultades para desviarlos de su rumbo. Era preciso reparar continuamente lo que acababan de reparar y las obras se eternizaban.

De repente, Lejeune distinguio unas formas extranas y moviles que parecian debatirse en las aguas oscuras y agitadas. Se pregunto que habrian inventado esta vez los estrategas del archiduque, pero reconocio todo un rebano de ciervos a los que la inundacion habia expulsado del bosque e iban a la deriva, con la cabeza y la cornamenta por encima del agua. Algunos animales se enredaban en los cordajes, otros eran arrojados a la isla, y cada uno, al verlos, se decia: «He ahi una carne que nos llega a punto». Un gran ciervo habia conseguido levantarse de entre las canas y se sacudia el agua, confiado como un animal domestico, a pocos pasos de Lejeune. En seguida le rodearon unos soldados de regimiento desconocido, pues estaban en mangas de camisa, pero armados con bayonetas que sostenian como si fuesen cuchillos. Perigord y Lejeune se aproximaron al grupo. El ciervo les miraba con una lagrima en la comisura de un ojo, comprendiendo que su muerte era inminente.

– Que curioso es -observo Perigord-. Lo he constatado cien veces en la caza de monteria, el ciervo acosado se pone rigido, se muestra orgulloso y lagrimea para enternecer al cazador.

– Edmond, vos que teneis modales -dijo Lejeune- intentad por lo menos matar limpiamente a este animal.

– Teneis razon, querido mio, esos bribones solo saben matar hombres.

Perigord empujo al circulo de soldados.

– El animal esta agotado, senores, pero dejadme hacer. Se como actuar para que la carne no se estropee.

De un buen tajo de espada, Perigord degollo al ciervo, al cual le temblaron las patas delanteras antes de derrumbarse, la lengua afuera y los ojos abiertos, con aquella lagrima persistente.

Los soldados se apoderaron de su presa y la cortaron en cuartos para asarlos. Estaban hambrientos. Lejeune dio media vuelta y su amigo le siguio tras haber limpiado la espada en la hierba. Un brigada hirsuto llego a la carrera y les comunico:

– ?Terminado! El puente esta en condiciones.

– Molto tiene -replico Perigord, imitando la voz del emperador.

– Gracias -dijo Lejeune, complacido porque podia enviar un correo a Viena con su carta para Anna.

– ?Venis, Louis-Francois? Vamos a informar a Su Majestad. Montaron los caballos que sus caballerizos mantenian algo mas lejos, en un claro reservado a los oficiales. Estos no cantaban como la vispera. Acostados sobre sus mantos, contemplaban un cielo sin estrellas y el ultimo recorte del cuarto menguante de la luna. Otros acariciaban el cesped distraidamente, como si fuese un lomo de gato o una cabellera femenina. Descansaban sonando en la vida civil.

El emperador estaba en su vivaque, las manos a la espalda, en pie ante los mapas que Caulaincourt habia sujetado con piedras para que el viento no se los llevara. Meditaba en la batalla inminente y la suerte le parecia favorable. A los mismos austriacos fatigados por una jornada de combate iba a oponer unas tropas nuevas y despiertas. Las lanzaria todas en la ofensiva, alli donde el enemigo era mas debil y menos numeroso, en el centro, como lo habia anunciado a su estado mayor durante la cena. Cuando Lejeune y Perigord se presentaron para anunciarle que el puente grande estaba por fin bien asentado, ni siquiera se mostro contento. Aquello estaba previsto. Los acontecimientos se iban desarrollando de acuerdo con su plan, que el modificaria segun las circunstancias y con su rapidez acostumbrada. Napoleon se sentia fuerte. Ordeno que las tropas de la orilla izquierda cruzaran el Danubio y se reunieran en las inmediaciones de la planicie. Caulaincourt y su mameluco Roustan le ayudaron a encaramarse a un caballo para poder asistir al desfile de sus nuevos regimientos. En aquel momento sono un disparo y una bala, que paso rozando al emperador, se estrello contra la corteza de un olmo. Hubo un momento de panico. Un tirador austriaco, oculto a menos de doscientos metros, habia apuntado al turbante de muselina blanca del mameluco.

– ?Por que os sobresaltais? -inquirio el emperador-. ?Cuando uno oye silbar una bala es que no le ha alcanzado!

Su sequito cerro filas a su alrededor, y partieron hacia el puente grande. En medio de aquel grupo de jinetes con uniformes bordados de oro, a los que pidio, para la puesta en escena, que se quitaran los sombreros con penachos de plumas y saludaran a los refuerzos, el emperador contemplo la llegada de sus soldados. Primero pasaron las tres divisiones de granaderos bajo el mando de Oudinot, luego la division del conde Saint-Hilaire, las tres brigadas de coraceros y carabineros dirigidas por Nansouty, la otra parte de la Guardia Imperial y, finalmente, la artilleria, mas de cien canones, y bajo el peso de las cajas y los armazones los presentes vieron que el suelo del puente descendia bajo el niveldelagua.

A las tres de la madrugada los austriacos reanudaron el bombardeo. A las cuatro, con las primeras luces, se inicio de nuevo la batalla.

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