El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 31
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Poncet y el maestro Juremi quisieron enterrarle en el patio, bajo la acacia que le habia dado sombra. Pero el mercader, su casero, se nego, arguyendo que su abuelo, que habia construido la casa, habia sido amortajado alli tras una muerte violenta, y que era inconcebible profanar su sepultura endosandole para la eternidad un acompanante tan ingrato como aquel.Asi pues, al caer la noche, echaron a andar por las calles, fueron hasta un campo de zanahorias y alli, justo en el limite de la landa, cavaron una fosa profunda y metieron dentro al jesuita. Descanso con su tunica morisca; Hadji Ali ya se la reclamaria si la necesitaba. El maestro Juremi celebro un breve oficio con la ayuda de su Biblia. Poncet, el unico catolico presente, ignoraba el ritual y no sabia que hacer con sus manos. Asi pues echo la tierra antes de que Juremi concluyera su salmo, emocionado al ver desaparecer en semejante agujero a aquel hombre con quien habia compartido tantas peripecias durante largas semanas, a aquel hombre a quien le habia ofrecido su amistad sin saber a ciencia cierta si la habia aceptado o no.
– Nadie ha huido nunca tan lejos por miedo a la libertad -dijo el maestro Juremi cuando cerro su Biblia.
Ese fue el epitafio del pobre jesuita.
De regreso a la casa, los dos amigos emprendieron un silencioso viaje con el pensamiento abocado en el pielago misterioso de la infancia, las esperanzas efimeras y el pasado que ya se fue. Cuando volvieron a hablar fue para asegurar, cada uno por su lado, que la vida del jesuita habia sido mas triste aun que su muerte, y que no lamentaban haberle llorado sinceramente.
Al dia siguiente cambio la atmosfera. Ambos sentian una inusitada alegria y se hicieron el proposito de que no decayera. Hadji Ali volvio al cabo de tres dias de ausencia. Estaba irreconocible; iba vestido a la usanza abisima, con una tunica blanca de algodon bordada con una vistosa franja. Llevaba el cabello peinado hacia atras y se habia perfumado. Al conocer la noticia de la muerte de Joseph reacciono como que si hubiera perdido a una mula. No hizo ningun comentario y fue al grano.
– El Rey de Reyes regresa hoy a Gondar -empezo a decir-, asi que ya podemos solicitar una audiencia.
– ?A que hora? -pregunto Poncet, contento de saber que pronto iba a salir de aquella casa donde no hacia mas que dar vueltas.
– No es cuestion de horas sino de dias.
– ?De dias! ?Es que el Rey no tiene prisa por curarse?
– Ciertamente, si. Pero antes de revelar a la corte que ha hecho llamar a medicos francos, debe preparar el terreno y poner de manifiesto que todos cuantos han intentado sanarle hasta ahora han fracasado.
– A mi me parece que durante las semanas que ha durado nuestro viaje han tenido tiempo mas que sobrado para curarlo y matarlo diez veces-dijo Jean-Baptiste.-Ciertamente -respondio Hadji Ali con un tono muy acorde con su nuevo traje-. Sin embargo, como me han visto de nuevo aqui y sospechan la mision que me ha sido encomendada, todos los que pululan alrededor de la Reina y que ademas odian a los francos han decidido hacer un ultimo intento. Los sacerdotes y los adivinos que integran ese bando quieren tomarse la revancha, porque el Rey los ha humillado. Cuando iba a emprender la ultima campana militar, un cometa muy brillante acompanado de una larga cola surco el cielo. Al verlo, los adivinos predijeron que el Rey perderia la batalla y no regresaria. Sin embargo ha vencido en la contienda, y aqui esta de nuevo. Por esa razon ahora se ven obligados a intentar ganarse otra vez su confianza.
– ?Y que medios piensan emplear esta vez?
– La semana pasada mandaron venir a un hombre santo, en procesion desde Lalibella. Se trata de un monje que no ha comido ni bebido nada desde hace veinte anos.
– ?Veinte anos! -exclamaron Jean-Baptiste y el maestro Juremi con sorna.
– No se burlen. Es un hecho autentico. Cualquiera puede ver al santo; esta tendido bajo un palio y cuatro monjes transportan su camilla. Delante, agrupados en torno al patriarca, van otros diez cantando, con una gran cruz de oro en la mano. Y detras les siguen treinta jovenes guerreros descalzos.
– ?No les seguiran tambien diez mulas con toneles de aguamiel? -pregunto el maestro Juremi con una risa socarrona.
– El monje no ha dejado de rezar desde su llegada -continuo Hadji Ali, que no tenia ganas de discutir-. Esta manana ha visto al Negus y ha alzado frente a el un gran icono de la Virgen. Manana piensa volver para hacerle beber la palabra divina.
– ?Beber! Pero ?como es posible? -pregunto Jean-Baptiste, con el semblante serio.
– El asunto es muy misterioso. La cuestion es que pronuncia un discurso ininteligible; probablemente el secreto reside ahi, pues sus ademanes no tienen nada de particular y son muy corrientes. Dos oficiales que supervisan el bebedizo del Rey han observado el ritual y luego me lo han contado todo. El asunto es el siguiente: ese hombre santo escribe una palabra misteriosa sobre un amuleto de estano. A continucion sumerge la placa en el agua bendecida, la tinta se disuelve y da de beber esa agua al soberano.-?Cuantas veces tiene que repetir la operacion? -pregunto Jean-Baptiste con una ligera expresion de abatimiento.
– Solo dos veces.
– ?Y cuantos dias seran necesarios para juzgar si surte efecto?
– El Rey me ha hecho saber que si dentro de una semana no ha mejorado, recurra a sus servicios.
– ?Y si se cura merced a alguna razon extraordinaria? -pregunto Poncet.
– ?Como que merced a alguna razon extraordinaria! -exclamo el maestro Juremi-. No hay nada mas probable. Si al principio el tratamiento no resulta eficaz, bastara con aumentar las dosis y empapar una Biblia entera en medio litro de aguardiente.
– Si se curara -dijo Hadji Ali-, nos iriamos.
– ?Sin verle?
– Deben comprender que si les recibiera, pese a que el personalmente tomo la iniciativa de mandarles venir hasta aqui, el Rey corre un gran riesgo. Desde que los jesuitas intentaron convertir el pais en tiempos de su abuelo, el Negus no es libre. Los religiosos y todos los que estan en contra de los catolicos le vigilan de cerca. Si da un paso en falso, empezaran otra vez con sus intrigas y trataran de liberarse de su brazo de hierro. Todos saben que los curas francos tienen interes en infiltrarse aqui por todos los medios, y desconfian. Si el Rey no tiene, para verles, el pretexto de que necesita un medico, preferira enviarles de regreso y quedarse tranquilamente en su residencia.
Despues de anunciarles estas inquietantes noticias, Hadji Ali se marcho para volver a palacio, asi que se quedaron solos de nuevo. Pero no habian perdido la fe; solo estaban contrariados por tener que dar vueltas y mas vueltas al patio.
Uno de los hijos del mercader que los alojaba les trajo del mercado de las especias una amplia muestra de las plantas que alli se vendian, y las estudiaron entusiasmados, pues en aquel pais habia mas especies aromaticas, resinas olorosas, tinturas y especias que en ningun otro lugar del mundo. Con la ayuda de un mortero, unos filtros y una retorta, el maestro Juremi preparo jarabes y emulsiones siguiendo los consejos de Poncet. De este modo recompusieron un poco el cofre de los remedios, cuyo contenido habia mermado considerablemente durante el viaje. Pensaban que si al final tenian que irse sin ver al Rey, al menos se llevarian consigo aquellos tesoros botanicos para consolarse.Tres dias despues de que Hadji Ali apareciera por ultima vez, el mercader que los alojaba les dijo que habrian de cambiar de domicilio la noche siguiente. Asi pues, al anochecer recorrieron a pie la distancia que los separaba de la capital, envueltos en sus tunicas para que nadie pudiera reconocerlos, y seguidos de las mulas cargadas con su escaso equipaje. Se dirigian hacia el barrio moro de Gondar, donde serian acogidos por otro musulman. Una vez alli ocuparon dos habitaciones modestamente amuebladas, cuyas ventanas enrejadas daban a una callejuela estrecha. El hombre les llevo la comida y les recomendo que tuvieran paciencia.
Una semana mas tarde, Hadji Ali les saco de aquel austero retiro. El dia anterior, les habia hecho llegar ropas abisinias: unas tunicas cortas de gasa blanca, y una toga de algodon ligero para echarse sobre los hombros. Por fin, a la manana siguiente, Hadji Ali aparecio montado en un caballo bayo enjaezado con bridas de pompones y plumas. Unos esclavos sostenian detras de el otras dos monturas. Poncet y el maestro Juremi, ataviados esta vez a la usanza abisima, como Hadji les habia encomendado que hicieran, subieron a caballo, y la exigua comitiva emprendio el viaje hacia el palacio de Koscam en unas bestias bastante torpes.
9
– ?Prosiga! -dijo impaciente el senor De Maillet-. No olvide que esta carta debe estar terminada hoy si queremos que salga en el ultimo correo de Alejandria. ?Donde estabamos?
El senor Mace, sentado ante el escritorio de persiana, con una pluma en la mano, tenia aun los ojos obnubilados por la mala noche que habia pasado. Los mosquitos que habian tomado posesion de la ciudad al principio de la estacion seea se habian ensanado con el, atraidos sin duda por los efluvios de su transpiracion. Ese olor que alejaba a los seres humanos embriagaba a los insectos, aunque, por desgracia esta dolorosa evidencia no le hacia recapacitar sobre los principios de su higiene.
– Entonces, entonces -dijo tratando de retomar el hilo de su lectura-. Si, eso es: «y el mismo capuchino que me pidio incluir a los monjes de su orden en nuestra embajada vino a verme nuevamente ayer. Debo confesar a Su Excelencia…».
– ?No! Esa aseveracion no es suficientemente diplomatica. Un consul no hace confesiones a un ministro.
– ?Y si escribieramos «Su Excelencia debe saber»?
– No esta mal. Continue.
– «Su Excelencia debe saber que no fue una entrevista de cortesia. Por mi parte me esforce en soportarle hasta el final, pese a que en numerosas ocasiones el padre Pasquale, que parecia fuera de si, fue mas alla de los limites del decoro e incluso de la dignidad.»
– Esta bastante bien -dijo el senor De Maillet de pie, con una pierna estirada, satisfecho de la lectura y admirando al mismo tiempo sus medias de seda verde manzana que acababa de recibir de Francia por medio de la galera.-«Despues de nuestra ultima entrevista mando seguir a la caravana de nuestros emisarios. Los capuchinos los alcanzaron en Senaar, y alli reiteraron su peticion. Segun parece, nuestros enviados aprovecharon una noche sin luna para huir, y a pesar de todas las investigaciones realizadas, todavia no se ha encontrado rastro alguno de ellos.»
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