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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 42


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– Enviando a un mensajero con el senor Poncet -dijo el soberano-. Si, ya habia pensado en esa posibilidad, pero quien… ?Usted, Murad?

– Majestad, entiendo que me hace esa pregunta como un cumplido; no obstante me halaga y le doy las gracias por ello. No, usted sabe que la muerte ha dejado recientemente su huella en mi cuerpo. Estoy tan resignado a someterme a sus designios que baje la cabeza, pero fallo. Me temo sin embargo que dentro de poco vendra a darme un nuevo golpe, y espero que sea el ultimo.

– Entonces, ?quien? -volvio a preguntar el Rey-. Hadji Ali solo es virtuoso con los mahometanos. Seria incapaz de cumplir una mision de estas caracteristicas.

Poncet solto un suspiro al oir que iban a librarse para siempre de la compania de aquel ladron. Miro al maestro Juremi, que, desde el fondo de la tienda donde se hallaba en silencio, le llamo con una senal.

– Maillet queria a jovenes de la nobleza abisinia, ?recuerdas? -dijo el protestante en voz baja.

– No tenemos ni la mas remota posibilidad, pero de todos modos voy a plantear la cuestion.

Jcan-Baptiste volvio a orientar sus pasos hacia el soberano y tomo la palabra de nuevo.

– Majestad, ?que le pareceria si llevaramos con nosotros a los hijos de algunas familias influyentes? De paso podrian sacar un gran provecho del viaje, seguir estudios en Francia, aprender nuestra lengua y ensenar a los franceses la suya…-?Se ha vuelto loco? -dijo Yesu-. Nuestros vecinos musulmanes matarian a cualquier abisinio cristiano que saliera de aqui. Ademas, no olvide que este asunto debe permanecer en secreto.

Poncet se avino de buen grado a sus razones; al menos podria decir honestamente que habia intentado persuadirle…

El Rey continuo cavilando en silencio.

– ?Demetrios? -dijo de repente el soberano, mirando al traductor.

– No, no, le resulta mas util aqui-sentencio Murad.

Por la manera en que se habia apresurado a responder, tan impropia de el, que siempre hablaba con desapego y con un aire cansino, Poncet comprendio que el anciano tenia un candidato y que estaba tratando de que el Emperador adivinara su nombre.

Murad le dejo mencionar dos o tres personas, que fueron eliminadas. Finalmente, al cabo de un estudiado silencio, el armenio dijo con fingida indecision:

– Se podria pensar en mi sobrino…

– ?De que sobrino me habla? Su hermana tiene hijos, pero que yo sepa son mujeres.

– Tambien tiene un hijo, que se llama Murad, como yo. Ya se que puede resultar algo confundido. Si le parece, podemos llamarle Murad el Joven, aunque ya tiene casi cuarenta anos. Fue educado en Alepo, Tal vez sepa, Majestad, que mi cunado comercio durante mucho tiempo en esa region. Su mujer, mi hermana, volvio aqui hace quince anos, y creo que no se entendia muy bien con su marido. En fin, sea como sea, el padre se quedo con el hijo, como dictan nuestras costumbres. Pero por desgracia no ha servido de mucho, a pesar de las excelentes cualidades del muchacho. Figurese, Majestad, que se ha hecho… cocinero.

– ?Y pretende usted enviar a ese Murad a entrevistarse con un gran Rey?

– Su Majestad sabe muy bien que los mejores emisarios son los mas modestos, porque pasan desapercibidos. Lo unico que cuenta de verdad es su agilidad mental, y debe saber a este respecto que mi sobrino tiene aptitudes de sobra. Ademas, no es un cocinero corriente, trabajaba al servicio de un mercader cristiano muy influyente. Tambien ha aprendido idiomas, y creo que tiene algunas nociones de frances. Cuando volvio aqui el ano pasado, incluso yo me quede sorprendido de la soltura con que se manejaba. No le digo mas, Majestad, ya tendra ocasion de comprobarlo personalmente. Hace dos dias que se fue a pescar al lago Tana. Que le vamos a hacer, es su pasion, y guisa tanbien el pescado… Enviare a alguien en su busca, y manana se lo traere.

– Esta bien -dijo Yesu sin entusiasmo-, lo recibire.

Se daba cuenta de que el anciano emisario intentaba designar a un miembro de su familia para esta mision, que consideraba fructifera. Era la regla: el Rey sabia perfectamente que sus consejeros no hacian nada por el a menos que sacaran algun beneficio. Pero por otra parte recibian un trato demasiado bueno como para perjudicar los intereses del Rey por beneficiar a los suyos. De alguna manera, todos los asuntos eran como una embarcacion con un lastre en cada extremo: los beneficios del comandatano por un lado y los del ejecutante por el otro. Asi equilibrada, no habia quien la hundiera.

– El emisario es un problema -continuo Murad-, aunque estamos en vias de encontrar una solucion. ?Pero ha pensado, Majestad, que mensaje desea darle?

– Ciertamente -dijo el Rey, que volvia a sentirse seguro pues en esta materia solo necesitaba el consejo del anciano, no sus dictados-. Transmitira al Rey de Francia mi saludo no como subdito ni vasallo sino como un rey puede honrar a otro, de igual a igual. Por lo que se de ese Luis, es poderoso, y mi deseo es que conserve su poder y que extienda su imperio sobre los hombres. Tambien le deseo salud, pues al parecer es viejo, y amores venturosos. Una vez que el mensajero haya transmitido este mensaje, debera sacar a relucir la paridad de nuestras condiciones. Dira que es el emisario del descendiente de Salomon por su hijo Menelik, nacido de la reina de Saba, Rey de Reyes de Abisinia, Emperador de la Alta Etiopia y de los grandes reinos, senorios y comarcas, rey de Choa, Caiate, Fatiguar, Angote, etc. Ademas me cerciorare personalmente de que nuestro enviado conozca la lista completa de todos los titulos y honores que poseo antes de emprender viaje. A continuacion le dira que no deseamos que Roma mande a ningun religioso a alterar la paz de nuestro pueblo. Le hara comprender que no eramos hostiles por principio, que incluso recibimos de muy buen agrado a los primeros, pero que abusaron de nuestra hospitalidad y de nuestra confianza. Que nos envien, si asi lo desea, a habiles obreros y artesanos del pais. Asi embelleceran nuestra capital, como antano el pintor Brancaleone embellecio nuestras iglesias para mayor gloria del Negus de entonces. Le dira por ultimo que seria de mi agrado que su leal subdito, el senor Jean-Baptiste, hijo de Poncet, fuera nombrado embajador en mi corte. Asi podria informar de la situacion de mi pais, al igual que el me tendria informado de los acontecimientos del suyo. Este es mi mensaje; y no solicito ningun favor, solo me dirijo a el como un soberano que aspira a saludar a su hermano y a su igual. No vamos a tratar aqui de religion pues esta claro que los dos creemos en Cristo y que esta fe debe unirnos y no separarnos. Por lo demas, no entiendo nada de disputas doctrinales y doy por seguro que no es asunto de reyes.

– ?Y que presentes va a ofrecerle? -pregunto Murad.

– ?Presentes? ?Seria oportuno en tales circunstancias?

– Majestad, esta diciendo que desea hablar de igual a igual. ?Que hace un principe que desea presentar sus respectos en las tierras de otro? Le ofrece regalos que son el mejor medio para mostrar su magnificencia y demostrar que no espera nada.

– Tienes razon, Murad -dijo el Rey-. Prepara entonces unas ofrendas de acuerdo con las que se harian para los principes de nuestro mundo. Sin embargo, como no conocemos Occidente, le corresponde a usted, Poncet, decirnos que obsequios se aprecian alli.

Con estas palabras se despidieron. Murad se fue de regreso a su cama, gimiendo para disimular su satisfaccion por haber conducido la nave a buen puerto.

Dos dias despues aparecio Murad el Joven, que mantuvo una entrevista secreta con el Rey en presencia de su tio. Y despues se presento ante Poncet y el maestro Juremi. Era un hombre alto y barrigudo, con las mejillas tan coloradas como si le acabaran de dar unas cuantas cachetadas. Por su vestimenta recordaba a los curdos y a los persas, pues iba ataviado con una larga tunica, un ancho cinturon de tela enrollado a la cintura, unos bombachos de los que solo se veia la franja estrecha de los tobillos, y un turbante amarillo, de seda, que ocultaba su craneo rapado. Todas sus prendas tenian manchas de grasa. El hombre no era sucio, pero comia con tanta glotoneria que siempre se le caia algo, de tal forma que en sus vestidos siempre habia manchas, aunque se cambiaba de ropa. Murad el joven era incapaz de conseguir que los cuidados que dispensaba a su persona superasen la formidable prueba que suponia para el una comida. No podia tolerar ninguna demora para satisfacer su hambre, ni siquiera el momento de ponerse una servilleta.

Su aspecto descuidado solia causar mala impresion. Sin embargo tenia un rostro afable, y su corpulencia adiposa habia conservado casi intacta las lineas proporcionadas de sus rasgos infantiles. La plenitud de sus carnes no habia dejado sitio a las arrugas, y la barba que se empenaba en dejar crecer en sus mejillas tersas y rollizas no eran mas que dos mechones ralos a cada lado del hoyuelo del menton. De entrada, los francos reconocieron que Murad el Joven tenia el gran merito de que con semejante fisico pasaria desapercibido en todas partes, y aunque no hablaba el frances conocia la inimitable lingua franca de los mercaderes de Levante. Sin duda se podia sonar con un embajador mejor, pero por lo menos seria un companero de viaje honesto, discreto y buen cocinero.

En cualquier caso, Jean-Baptiste solo tenia una idea en la cabeza: marcharse cuanto antes. Habian superado obstaculos considerables, asi que las dificultades del regreso le preocupaban poco. El estaba ya en El Cairo y no podia dejar de pensar en Alix. Su recuerdo permanecia indeleble en un lugar recondito de su pensamiento. A lo largo del viaje habia procurado no pensar demasiado en ella por miedo a desesperarse. Pero a partir de ahora su imagen estaba con el, visible y tan cercana como el momento en que volveria a verla para anunciarle la gran nueva de su embajada. Jean-Baptiste sonaba con todo eso mientras preparaba el regreso. Las dificultades, las incertidumbres, las innumerables tareas por hacer y los compromisos pendientes tenian el gran merito de incitarle a pensar que tambien ella lo esperaba con la misma impaciencia. Esta primera etapa del amor es tan rica que todos los retrasos lo alimentan y todas las contiariedades lo reconfortan. No se podrian concebir circunstancia mas adversa que una separacion al dia siguiente de su encuentro, y por consiguiente nada podia ser mas propicio, paradojicamente, para fortalecer el sentimiento y alejar la incertidumbre.

Estimulados por la idea del regreso, Jean-Baptiste y el maestro Juremi fueron tan diligentes que cuando el Emperador se disponia a salir a la campana, habian terminado con sus preparativos y reunido todos los enseres de su caravana. Aparte de ellos, y de Murad el Joven, a quien el Rey habia regalado dos baules con numerosas mudas de recambio y algunas de gala, llevaban tambien diez esclavos abisinios, capturados en las provincias del sur, seis hombres y cuatro mujeres, negros, medio desnudos, con la cabellera trenzada alrededor de conchas y cuentas de madera. Su tio habia entregado a Murad el Joven una carta muy breve firmada por el Emperador y provista de todos los sellos. Sin embargo, no estaba destinada a nadie en particular y solo certificaba que el armenio era un emisario oficial del Negus, sin precisar ni su destino ni su mision, entre otras cosas porque se habia aprendido concienzudamente de memoria el mensaje que debia transmitir al Rey de Francia. Los esclavos tenian la obligacion de servir a los viajeros antes de ser entregados como regalo a Luis, hijo de XIV, como Murad se obstinaba en decir. A estos se anadian otros presentes: cinco caballos y dos elefantes jovenes, que se desplazaban con trabas y atados uno a otro con una pesada cadena. Tres baules contenian algalia, tabaco y polvo de oro.

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