El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 49
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– Si, la veo.
– Gira a la derecha inmediatamente despues y continua por la vereda que rodea la ciudad. De lejos veras otras puertas. Cuenta seis, y cuando llegues a la septima te acercas. No es una puerta como esta, sino una gran verja que no le dara miedo a la mula. Cuando la hayas cruzado, a cien pasos por tu derecha encontraras el barrio de los francos.
Murad les dio las gracias calurosamente, dejo alli a los dos ancianos y siguio sus consejos, esta vez de pleno acuerdo con la mula. El corrillo se disperso lentamente bajo la puerta del Gato. Una hora mas tarde, cuando los centinelas estaban riendose aun, vieron pasar al trote ligero una comitiva de francos como no habian visto en mucho tiempo pues todos ellos iban ataviados con vistosas levitas y pelucas, y entre sus caballos enjaezados llevaban consigo una calesa de color negro brillante. Descendieron la rampa y se alejaron rapidamente de la ciudad.
El jardinero del consulado era un viejo copto muy abnegado que jamas entraba en el consulado. Durante la estacion seca, a la caida de la noche y hasta muy tarde, todos le oian deslizarse por las alamedas con una regadera de laton en la mano sin hacer mas ruido que el del murmullo del agua cayendo como una lluvia sobre las hojas secas. Pero aquel dia el jardinero no tenia otra eleccion. El consulado estaba vacio pues el cochero del senor De Maillet, los guardias diurnos y nocturnos y dos lacayos habian acompanado a la delegacion que habia ido a esperar la embajada. Solo estaba el, Gabriel, el viejo jardinero, y como no encontraba a nadie a quien transmitir su mensaje, fue franqueando todas las puertas, cada vez mas inseguro, hasta llegar al despacho del consul. Despues de haber dejado la peluca en un colgador de madera y la casaca adamascada, el senor De Maillet habia empezado a deambular por la estancia en camisa de encaje, calzas de seda y con un panuelo en la mano para enjugarse el sudor. El senor Mace, constrenido en una silla, esperaba una orden o una palabra de su superior cuando vio llegar al indeciso jardinero.
– ?Que querra este ahora? -dijo el consul cuando reparo en el.
El senor Mace se dyigio al anciano en arabe pues no hablaba ninguna otra lengua.
– Dice que un hombre desea verle, Excelencia.-?Un hombre! -exclamo el consul con una sonrisa maliciosa-. ?Que raro! ?Y por que no una calabaza o un murcielago? Digale a ese ignorante que ya tiene bastante con ocuparse de nuestros arriates, y que no lo vea mas por aqui. Si un hombre pregunta por mi, que le diga que estoy ocupado.
Despues de escuchar la traduccion de la respuesta, el anciano torcio el gesto, ofendido.
– Dice que va a decirselo. No obstante, duda de que se vayan de donde estan.
– Que se vayan… -se extrano el consul-. ?Pues cuantos son?
– Cuatro -dijo el anciano-, con asnos y mulas cargadas con bultos.
– ?Y a que se parecen? ?No sera una caravana? -pregunto el senor De Maillet.
– Como quiera llamarlo -respondio el jardinero-. Es una caravana, aunque no se parece en nada a las que he visto por aqui.
– ?Por que los ha dejado entrar el guardia de la colonia?
– Seguramente porque le habra dicho lo mismo que a mi.
– ?Y que le ha dicho?
– Solo -dijo el anciano con una mueca de respeto que dejaba entrever que iba a desquitarse por el recibimiento del consul- que es el embajador del Negus de Abisinia.
El senor Mace palidecio al traducir estas palabras.
– ?Dios mio! -exclamo el senor De Maillet.
Los diplomaticos se quedaron desconcertados unos instantes, y luego se aproximaron al ventanal con mucha cautela. Dieron una ojeada afuera, e inmediatamente se echaron hacia atras.
– ?Sera posible! -dijeron los dos al unisono.
Volvieron a mirar. Alli abajo, bajo los platanos de la alameda, se habia detenido una misera representacion formada por tres asnos medio pelados, con la cruz en carne viva y picoteada por pajarillos, y dos mulas que no habrian querido ni los aguadores mas necesitados de El Cairo. Aquellos pobres animales cargaban con voluminosos paquetes, amarrados directamente sobre el pellejo con cuerdas de sisal envueltas en guinapos para proteger las zonas mas lastimadas. Tres negros alelados esperaban de pie, vestidos con tunicas de algodon que habian adquirido el color del desierto. Mientras, Murad se habia quitado una de las botas y se rascaba con ahinco la planta del pie, sentado en el suelo y con la espalda apoyada en un arbol.-Mace -dijo por fin el consul, a sabiendas de que un hombre como el, nacido para dar ordenes, no debia dejarse impresionar-, baje y saludele respetuosamente de parte del consulado. Expliquele la situacion y llevelo a la residencia de la Comarca de Venecia, donde le esperan.
El secretario abandono la sala despues del jardinero, que ya habia desaparecido. Cuando el senor De Maillet se quedo solo, miro hacia el Rey, y de repente sintio un inmenso respeto por su genio y por el del ministro Pontchartrain, cuya ultima carta recordaba con lagrimas de gratitud.
El senor Mace, que ya habia llegado junto a Murad, el cual seguia rascandose el pie, tosio para llamar su atencion.
– ?Vaya, por fin aparece alguien! -dijo el armenio, calzandose la bota y poniendose de pie.
Y tendio al senor Mace la misma mano con que se acababa de rascar vigorosamente los dedos de sus extremidades inferiores.
– Soy Murad, el embajador de Etiopia.
– Bienvenido, Excelencia -dijo el secretario, desrinonandose para inclinarse todo cuanto fuera posible, y de paso evitar el apreton de manos.
– Vamos, vamos, incorporese -dijo Murad solicito-, va a hacerse dano. Y digame si estoy hablando con el consul.
– No, Excelencia -respondio el senor Mace, con el sombrero en el corazon, una pierna tensa, ligeramente hacia atras y la cabeza inclinada-. El senor consul me ruega que reciba a Vuestra Excelencia y que le salude respetuosamente de su parte. El senor consul le presenta asimismo sus excusas. Una delegacion protocolaria salio a recibir su convoy, pero no lo encontro.
– Esta maldita mula tiene la culpa -dijo Murad, dandole un puntapie a la bestia, que no se inmuto-. No ha querido saber nada, asi que nos hemos visto obligados a hacer un rodeo y pasar por una verja… En fin, la cuestion es que hemos llegado. El camino ha sido largo, creame. Y bien… ?donde esta Poncet?
– Esta con la delegacion.
– ?Con la delegacion! Pero ?que voy a hacer yo entonces? No conozco esta ciudad, y nadie querra alojarme.
– ?Alojarle? Pero Excelencia, si estabamos esperandole… Solo tiene que seguirme.
– Ah, que buena noticia. ?Y tambien nos daran de comer?-De comer, de beber y todo cuanto desee Vuestra Excelencia -dijo el senor Mace, cada vez mas extranado.
– En buena hora. Bien, le sigo. Vosotros, venid aqui. Son abisinios, por lo general un pueblo trabajador, pero parece que a mi me han dado los tres mas perezosos. Vamos, vamos.
Hicieron avanzar las mulas y los asnos y atravesaron toda la colonia. El senor Mace celebro que el consul hubiera mandado prohibir el transito. Cuantos menos testigos hubiera de aquella llegada, menos posibilidades habria de que un dia al «infante de lenguas» se le apareciese un fantasma del pasado c intentara arruinar su carrera afirmando que le habia visto conducir los dos burros del embajador de Etiopia.
Murad se detuvo en el camino para hacer una necesidad junto a un platano. Sin duda los ruidos que emitia con la garganta eran una buena prueba de su alegria.
Por fin llegaron a la Casa de los Venecianos. Se trataba de una construccion de madera. La planta baja estaba destinada a la embajada; la superior tenia un saledizo, sostenido por un conjunto triangular de vigas que resultaba bastante elegante. Estaba separaba de la calle por un jardin de reducidas dimensiones, aunque cuidado con mucho esmero. En medio del cesped, unos setos de boj uniformemente podados reproducian las armas de la Republica de los dux, formando una especie de escudo en relieve, verde sobre verde. Murad se empeno en que las bestias entraran en el jardin, y mando a los abisinios que las dejaran en libertad cuando hubieran descargado los bultos.
El armenio se descalzo para entrar en la casa, se sento en el primer sofa que encontro y juro que de alli no se moveria.
El senor Mace desaparecio para ocuparse de que trajeran un refrigerio, segun dijo.
– ?Y sopa! -grito Murad antes de que se fuera.
A su regreso, el secretario dio cuenta al consul de tan peculiar comportamiento. El senor De Maillet le dijo que un diplomatico que se deja sorprender en tierra extranjera es como un caballero que levanta el yelmo en pleno combate.
– Y otra cosa -dijo solemnemente el consul-, seamos indulgentes. Hay que pensar en el lugar de donde viene.
Tambien se habia confeccionado una segunda lista en la que figuraban los mercaderes que, al no haber tenido la suerte de formar parte de la delegacion, habian sido propuestos para que dispensaran otros honores, sobre todo el de llevar unos refrigerios.
– ?Cree que es necesario? -pregunto el senor Mace.
– Evidentemente -contesto el consul-. Digale al primero de esos senores que cumpla con su cometido.
Durante toda la tarde fueron pasando por la Casa de los Venecianos dignos mercaderes y un desfile de lacayos con cestos de frutas, confiteros con pasteles y fuentes de entremeses. Todos pagaron a ese precio el honor de acercarse al embajador de Etiopia. Acto seguido se apresuraron a ir al consulado para decirle al senor De Maillet que no los enredarian otra vez, y que nadie podia creer que el grosero personaje que les habia recibido fuera el ministro de un rey. Guardandose muy bien de atacar al consul directamente, acusaron a Poncet de impostura. La delegacion encabezada por Brelot llego en el momento en que se sucedian estas lamentables escenas. Los miembros de la otra comitiva tambien estaban furiosos contra Poncet. No obstante, cuando se enteraron de la verdad, dejaron de acusar al boticario por haberles hecho esperar a un emisario inexistente, pero al instante hicieron suyas las criticas que le dirigian los ciudadanos ilustres que habian llevado los refrigerios. Jean-Baptiste se escabullo, aprovechando la confusion que reinaba en el consulado.
– Silencio, senores -dijo el consul con una voz poderosa que se impuso sobre el tumulto-. Les ruego que se retiren y les agradezco su colaboracion.
Continuaron oyendose las protestas, y el consul las atajo con un gesto energico.
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