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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 84


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La primera tarea de los dos jefes de esta tropa fue gastar las ayudas del consulado en comprar el cargamento de la caravana.La politica de Du Roule era simple, y sus socios la entendieron a la primera: la embajada era el pretexto, y el objetivo el comercio. Se trataba de restringir en lo posible los presentes y abastecerse mas bien de mercancias que pudieran venderse o cambiarse. De ese modo, durante el viaje harian fructificar los fondos y amasarian una fortuna que trocarian en Abisinia por una fortuna aun mayor. Eso a menos que alli las condiciones no les parecieran oportunas para hacer un uso mas ambicioso de ella, como comprar un ejercito, alianzas y, por que no, el poder propiamente dicho. De entrada, empezo a gestarse una abierta amistad entre los futuros viajeros, y Du Roule se convirtio en el objeto comun de sus lisonjas. A tenor de su inmensa intemperancia y de su intrepido cinismo, nadie dudaba de que era un principe, y de que ellos le acompanaban hacia su reino.

En lo tocante a los peligros que comportaba la empresa, estos se habian hecho una idea bastante precisa de lo que les esperaba. Por su pasado de aventureros, cada uno de ellos estaba perfectamente convencido de haber salido airoso de peligros que no se podian comparar con nada. Para hacer frente al hambre y a la sed, bastaria con equiparse convenientemente. En cuanto a los indigenas, aquellos conocedores del Levante tenian al respecto una opinion muy clara, forjada en el trato con numerosos servidores nubios, sudaneses y otros cafres que pululaban por la colonia. Con ellos nunca habia conflicto alguno que una buena somanta de palos no pudiera erradicar. Tambien se equiparon con una buena cantidad de sables, pistolas y arcabuces, no tanto para protegerse como para vender a los salvajes, que sabian habituados a la inocente mania de exterminarse entre si.

Por lo demas, en las relaciones con los indigenas, habia que contar sobre todo con sus mujeres, que eran mas audaces que los hombres y quienes llevaban la voz cantante. Para ellas compraron a un precio insignificante telas tenidas, matracas e incluso espejos deformantes, recien traidos por un mercader veneciano, como los que habia en Europa, en las ferias.

Mientras se realizaban estos preparativos, Alix proseguia con los suyos, que eran mas modestos, aunque no por ello menos minuciosos. A ese fin le pidio a su padre que le permitiera quedarse en su habitacion. Este le concedio el favor aliviado. Despues de haberse atracado con los pensamientos mas reconfortantes de Epicteto, que devoro durante aquellos ultimos dias, el senor De Maillet pensaba haber adquirido el desapego del estoico, que ignora con orgullo el dolor y la verguenza. No obstante, estas predisposiciones de animo eran aun poco consistentes, pues bastaba con que el hombre se golpeara con una puerta para que descargara sobre ella toda su ira a bastonazos. Con todo, aquello no eran mas que ligeras secuelas y, para el, su hija ya habia dejado de existir. La senora De Maillet no tenia la misma voluntad. Su marido se lo reprochaba, si bien el consul la habia dejado en la inopia del horrible crimen que Alix le habia confesado, de modo que su madre solo lloraba la vocacion. ?Que habria pasado si hubiera tenido que lamentarse de semejante deshonor? Alix recibia a la pobre mujer una vez al dia, a ultima hora de la tarde, y dejaba que inundara de lagrimas la silla cabriolet tapizada de seda rosa donde, tiempo atras, se habia sentado a leer. Durante el resto de la jornada solo abria la puerta a Francoise. Furioso contra ella, y en absoluto convencido de su inocencia, el senor De Maillet habia prohibido a la lavandera confidente que acompanase a su hija a Francia, si bien tenia autorizacion para hacerle compania hasta que se fuera.

Juntas prepararon un extrano ajuar de novicia. Acordaron que el dia de su partida Alix se vestiria con una tunica de tela beige oscuro, austera como el convento, para evitar cualquier sospecha. Pero ya se habria puesto unas enaguas de terciopelo, una blusa amplia y un cinturon de cuero, donde guardaria las pistolas. En su baul, debajo de una primera capa de triste lenceria, conforme a las exigencias de una vida dedicada al rezo, Alix habia escondido un par de botas de cuero flexible que Francoise habia encargado hacer, a la medida de su propio pie, que era exactamente igual al de la joven, en la ciudad arabe. A esto habia que anadir espuelas de estrella y una daga con mango de marfil. Por ultimo, Francoise, como siempre, le habia llevado un florete que el maestro Juremi habia afilado para la ocasion, oculto debajo de las faldas. Solo faltaban las pistolas, la polvora y las balas de plomo, que llegarian poco despues en un cesto de ropa blanca.

Habian tardado diez dias en realizar todos estos preparativos, pues toda prudencia era poca. Alix estuvo lista por fin. Cuando tomaba sus comidas, que la cocinera le subia en una bandeja, miraba pensativa por la ventana. Se preguntaba cuando llegaria por fin el barco. El ano seguia su curso. Febrero se terminaba y un tibio calor caia suavemente sobre Egipto. La savia volvia a ascender a los aboles. Un dia la zarza ardiente del jardin se colmo de puntitos rojos y florecio de repente, coloreando todo el cesped. Y ella vio el presagio de que pronto estaria con Jean-Baptiste. Ya no le quedaban lagrimas para lamentarse y sufrir. Por mucho que ahondara en sus pensamientos, dentro de su ser solo habia una incontenible impaciencia.

De todos los viajeros que se movian por El Cairo, Murad fue el primero en marcharse. Pero antes quiso saludar al consul, que le recibio amablemente. Sus espias le habian comunicado la presencia de seis viajeros, y el dedujo que se trataba de los jesuitas que habia anunciado Flehaut. Las instrucciones del ministro eran guardar silencio sobre ese asunto, asi que el senor De Maillet las cumplio escrupulosamente. Por otra parte, tambien el queria que su embajada quedara al margen de las iniciativas religiosas, costara lo que costase. De modo que le deseo buen viaje a Murad y le transmitio verbalmente los mejores deseos del Rey de Francia para el Emperador, si es que le veia…

– ?Por donde piensa dirigirse para volver a ese pais?

– Excelencia, vamos hacia el sur hasta Djedda, luego a Massaua y desde alli seguiremos la ruta de Gondar.

– Asi que optan por la via maritima.

Aquella era una buena noticia. Al menos no molestaria a Du Roule y, con un poco de suerte, llegarian mas tarde que su protegido.

El maestro Juremi saludo calurosamente a Murad, pues ya no temia abandonarlo en una situacion poco propicia. La Providencia lo habia salvado in extremis. El protestante no conocia a esos sabios que acompanaban a Murad. Aunque una sombra de duda paso un instante por su mente, el maestro Juremi no tuvo la debilidad de intentar averiguar la misteriosa identidad de aquellos hombres. Se sentia aliviado por la suerte del armenio, y ya tenia bastantes preocupaciones con la delicada mision que le habia encomendado Alix para anadir mas complicaciones donde tal vez no las hubiera. Una hermosa manana soleada, Murad y sus comandatarius partieron a caballo hacia Suez. Los tres abisinios iban detras, nuevamente en una calesa.

Dos dias mas tarde, un incidente estuvo a punto de hacer peligrar el plan de Alix. Un correo de Versalles acababa de llegar al consulado, lo cual era senal de que poco antes habia entrado un barco en Alejandria. El viaje era por tanto inminente.

Presa de una ultima duda, Alix quiso saber si las cartas recien llegadas contenian alguna informacion respecto a Jean-Baptiste, pues tenia el vago temor de que aquel alejamiento les hiciera tomar iniciativas contradictorias que, tal vez, complicaran mas las cosas en lugar de resolverlas.

Como de costumbre, el senor Mace llevo las cartas al consul, y este se encerro en su gabinete para leerlas. Salio de alli para el almuerzo, que quiso compartir con su secretario. Rapidamente, Alix y Francoise acordaron que esta ultima aprovecharia la hora siguiente, mientras el consul descansaba en el primer piso, para introducirse en su gabinete y echar una mirada al correo. Hizo su cometido con coraje y empezo a leer la primera carta. Pero la pobre mujer tenia poca habilidad para descifrar la escritura de los ministros. Leia con dificultad. No entendia bien las frases a la primera lectura. El tiempo pasaba y aun no habia nada sobre Jean-Baptiste…

De pronto se oyeron unas voces en el vestibulo, como si se anunciara un visitante. En el patio no se habia oido el ruido de ningun acompanamiento. El visitante habria tenido que llegar forzosamente a pie. Asi que Francoise dejo la carta y corrio hacia el salon de musica. Al abrir la puerta vio que la senora De Maillet estaba sentada alli sola, por fortuna de espaldas, sollozando. Francoise volvio a cerrar la puerta. Inmediatamente despues oyo la voz del senor Mace que se acercaba. Estaba perdida, de modo que se deslizo detras de una colgadura. El secretario entro en compania de un hombre que hablaba con acento extranjero.

– Espere aqui, padre, se lo ruego. El senor De Maillet no tardara.

El senor Mace dejo al visitante deambulando por la estancia, y Francoise oyo subir al secretario al piso de arriba. Poco despues bajo el consul, entro y dijo con el tono de profundo disgusto del hombre que se ve privado de su reposo en el tropico:

– Bien, hermano Pasquale, ?a que viene esa urgencia para verme?

– Escusi, sinore console. Non sabia que dormia. La cuestione e que aviamo li oleo.

– ?Los oleos?

– Ma si, li oleo della coronacion.

– Ah, los oleos -dijo el consul con tono socarron-. ?Y que?

– Allora, lo patriarca ha estato muy goloso. Aviamo tenito que dare tutto lo que voi habia reunito per noi.

– Eso es asunto suyo, hermano. Acordamos una suma. Y no le dare mas.

– Ma se lo suplico, sinore console, i nostro fratteli van a partir domani, non tienen ni una mule que li porti. ?A piedi! ?Van fino alli, fino Abisinia a piedi?

– No insista, hermano. Se lo repito, es asunto suyo.

El capuchino guardo un breve silencio. Frangoise no movia ni un dedo desde su escondite.-Cuando penso en tutti i cammelli de la caravana de su ambasiatore…

– Eso no tiene nada que ver.

– ?Disgraciadamente! Nostante, pasarano tambien por Senaar. E podrian portare a noi fratteli y li oleo.

– Ni hablar. Estos dos asuntos deben ir cada uno por su lado. Son propiamente las ordenes del Rey.

– Del Rei de Francia, quiza. Ma non dello de Senaar.

– ?Que quiere decir?

– ?Niente! Conosiamo muy bene il rei de Senaar. Eso es tutto.

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