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La batalla - Rambaud Patrick - Страница 38


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– Es un general de vuestro estado mayor, senor Sire.

– ?Lo se perfectamente bien!

– ?Con que tropas?

– Confiadle el mando de dos batallones de fusileros de mi Guardia.

Entonces el emperador se concentro en el mapa que dos ayudantes de campo mantenian desplegado ante sus ojos. Al igual que la vispera, el frente se extendia de un pueblo al otro, en arco de circulo, para adosarse al Danubio en sus dos extremos. Era preciso impedir que los austriacos atravesaran ese dispositivo para realizar de noche un repliegue total en la isla Lobau. El emperador no podia titubear mas, debia utilizar la Guardia, hasta entonces mantenida en reserva, y reforzar una posicion muy dificil. Berthier, que habia dictado y firmado las ordenes de Rapp, volvio para transmitir las ultimas informaciones que habia recibido:

Boudet esta parapetado en Essling, Sire, con puestos de tiro por todas partes, pero aun no esta amenazado. El archiduque lanza sus fuerzas principales contra nuestro centro. Dirige en perso na la ofensiva, con los doce batallones de granaderos de Hohenzollern…

– ?El avituallamiento?

– Davout nos envia como puede municiones, por medio de barcas, pero los remeros tienen dificultades para no derivar mas abajo de la isla.

– ?Lannes?

– Su ayudante de campo informara a Vuestra Majestad.

Berthier senalo con un dedo al capitan Marbot, el cual, instalado en un arcon de artilleria, deshilachaba estopa para taponar una herida en el muslo que sangraba y le manchaba el pantalon.

– ?Marbot! -le dijo el emperador-. ?Solo los estafetas del mayor general tienen derecho a usar calzones rojos!

– Tengo derecho a ello en una sola pierna, Sire.

– ?Vuestro turno llegara muy pronto!

– No es nada grave, Sire, un poco de carne que se ha esfumado.

– ?Y Lannes?

– Mantiene el combate llevando a los soldados de Saint-Hilaire contra Essling.

– ?Enfrente?

– Al principio del enfrentamiento, los granaderos hungaros asustaban a los reclutas mas jovenes, que no habian visto jamas a unos mozos tan altos y bigotudos, pero Su Excelencia ha sabido entusiasmarlos gritandoles: «?Nosotros no valemos menos que en Marengo y el enemigo no vale mas!».

El emperador hizo una mueca de displicencia y la tonalidad azul de sus ojos paso por un momento al gris, pues, al igual que los gatos, tenian esa facultad de cambiar de color segun su estado animico. ?Marengo? El ejemplo de Lannes era desmanado. Cierto que en aquella ocasion la infanteria de Desaix habia derrotado a los granaderos del general Zach, los mismos a los que el archiduque dirigia hoy, pero fue una victoria por los pelos. La caballeria de Kellermann, el hijo del vencedor de Valmy, efectuo entonces una carga decisiva, pero ?y si el cuerpo de ejercito del general austriaco Ott hubiera llegado a tiempo? Napoleon penso en Davout, quien no habia llegado a tiempo. ?De que dependen las victorias? De un retraso, un viento repentino, el capricho de un rio.

– Comprobadlo, coronel.

El general Boudet hizo entrar a Lejeune en una casamata de tablas amanada con montantes de armarios y cofres. Aquella parte de las fortificaciones de Essling ofrecia un panorama de la pla nicie, y desde alli se controlaban los movimientos del ejercito contrario sin demasiados riesgos. Lejeune observo, tal como le invitaban a hacerlo. Boudet insistio con una expresion de fatiga en el semblante:

– Pronto tendremos encima varios regimientos. El archiduque no ha podido franquear los batallones de Lannes y los escuadrones de Bessieres, por lo que, con toda razon, viene a este pueblo al que supone menos provisto de tropas. Las descargas de fusileria y los bombardeos durante horas y horas nos han puesto de rodillas. Los hombres tienen sueno, tienen hambre, empiezan a tener miedo.

En efecto, Lejeune veia a los regimientos hungaros que avanzaban hacia Essling en orden de asalto, que iban a romper como olas enormes contra aquellas debiles barricadas de muebles y piedras que no resistirian mucho tiempo. Iban a abrumar con su numero a la division ya diezmada del general Boudet. En medio de la infanteria y de los negros gorros de piel llamados colbacks el archiduque en persona, con la bandera en la mano, guiaba a la multitud que partia para atacar el pueblo. Los tiradores que montaban guardia contemplaban silenciosos la escena con escalofrios o una sensacion de abatimiento.

– Llevad la noticia a Su Majestad -pidio el general a Lejeune-. Lo habeis visto y comprendido. Si no recibo ayuda con mas rapidez, corremos al desastre. Una vez en Essling, los austriacos podran llegar al Danubio. La caballeria de Rosenberg piafa detras del bosque, y por esta brecha podra introducirse y separarnos de nuestra retaguardia. El ejercito entero quedara cogido en una tenaza.

– Me voy a toda prisa, mi general, pero ?y vos?

– Yo evacuo el pueblo.

– ?Hasta donde?

– Hasta el posito, un poco hacia atras, en el extremo del paseo de los olmos. Hay gruesos muros, buhardillas, puertas de chapa reforzadas. Ya he ordenado que lleven ahi las municiones y la polvora que nos queda, y trataremos de resistir cuanto sea posible. Es una fortaleza.

Un obus estallo a pocos metros de donde estaban, luego otro. Un muro se vino abajo. Un tejado se incendio. El general Boudet se paso la mano por el rostro de facciones marcadas:

– Daos prisa, Lejeune, esto ya empieza.

El coronel monto de nuevo a caballo, pero Boudet le retuvo.

– Le direis a Su Majestad…

– ?Si?

– Lo que habeis constatado.

Lejeune lanzo su caballo a galope tendido y bajo por la calle principal. Boudet le contemplo mientras se alejaba y refunfuno:

– Le direis a Su Majestad que me cago en el…

El general convoco a sus oficiales y ordeno a los tambores que tocaran la retirada inmediata. Esta musica hizo que los tiradores salieran de sus puestos, de la iglesia, las casas, detras de los terraplenes, y se reunieron formando una multitud confusa. El canoneo era intenso.

Quinientos hombres ocuparon el posito para resistir el asedio. Los fusiles apuntaban a las buhardillas, a las ventanas obstruidas a medias por los postigos. Las puertas se entreabrieron para permi tir que pasaran las bocas de los canones alzados durante la manana hasta las salas de la planta baja. Una escuadra de infanteria se aposto alrededor, en las zanjas cubiertas de hierba, los pliegues del terreno, detras de los olmos. El pueblo ardia, y los canones ya debian de haber destruido las barricadas. No esperaron mucho. Apenas habia transcurrido una media hora cuando los primeros uniformes blancos aparecieron en el extremo del paseo y en los campos vecinos. Corrian, doblados por la cintura bajo las mochilas. Boudet reconocio el banderin del baron de Aspre y dio la orden de abrir fuego. La artilleria puso en desbandada a la primera oleada de asalto, pero acudian por todas partes, en filas cerradas, numerosos, y ni siquiera habia tiempo de volver a entrar los canones quemantes para recargarlos, disparaban desde cada ventana, detras de las rejas, a las buhardillas; los austriacos caian, otros los reemplazaban y topaban con los gruesos muros del posito. Boudet tomo un fusil y abatio a un oficial con manto gris que chillaba alzando su sable curvo. El hombre se desplomo, pero nada detenia a los soldados uniformados de blanco, algunos de los cuales se acercaban a lo largo de los muros, provistos de hachas que hincaban en los postigos y las puertas cerradas. En el interior los soldados tosian a causa de la humareda y la falta de aire. Las balas hirieron de rebote a algunos tiradores. Se agachaban, recargaban, se asomaban a una ventana, apoyaban el fusil en el hombro, apuntaban a ojo de buen cubero hacia aquella masa, como si fuese una bandada de estorninos. Era evidente que mataban, pero no lo veian, volvian a agacharse, cargaban, se levantaban, disparaban, se ponian a cubierto y asi sucesivamente durante una eternidad.

A la larga los combates se debilitaron. Desde el tercer piso, en la abertura de un postigo de chapa, Boudet observo que las oleadas austriacas se espaciaban. Ordeno alto el fuego y oyeron el redoble familiar de los tambores. Boudet sonrio, sacudio a un joven soldado muy palido y rugio con su acento bordeles:

– ?Aun saldremos de esta, muchachos!

Aliviados, abrieron las ventanas para asomarse con cautela, y divisaron los penachos verdes y rojos de los fusileros de la joven Guardia. Los ulanos arrojaban sus lanzas para empunar el sable, mas util en el cuerpo a cuerpo. La batalla se desplazaba en el pueblo. Boudet salia fusil en mano cuando un oficial empenachado llego a la plaza con una tropa a caballo.

– Senor, el general Mouton y cuatro batallones de la Guardia imperial estan limpiando Essling.

– Gracias.

A pie, entre charcos de sangre y por un camino sembrado de cuerpos, Boudet se dirigio a la iglesia en ruinas. Gritos abominables ascendian desde el cementerio. Pregunto que era aquello y un teniente de la Guardia le respondio que eran hungaros a los que degollaban con arma blanca sobre las tumbas.

– Ya no podemos cargarnos de prisioneros.

– Pero ?cuantos son?

– Setecientos, mi general.

Las municiones se agotaban en todas partes. Los disparos, al amainar, daban una falsa impresion de calma momentanea, pues las escaramuzas seguian siendo numerosas y sangrientas, con sable, bayoneta o lanza, pero tenian menos vigor. Disparaban para mantener la batalla, atacaban con cierta desidia, como para defenderse o mantener la linea del frente. Los granaderos que rodeaban a Lannes ya no tenian cartuchos. El mariscal se sentia traicionado por la crecida del rio. Se paseaba a pie con su amigo Pouzet, en un pequeno valle situado mas abajo de la planicie. Las vallas de los cercados les protegian de las posibles incursiones de la caballeria austriaca, cuyas monturas se romperian las patas. Lannes se desabrocho la guerrera, pues el dia avanzaba pero aun hacia mucho calor, y se enjugo el sudor con la vuelta de la manga.

– ?Cuando empezara a oscurecer?

– Dentro de dos o tres horas -respondio Pouzet, consultando su reloj de bolsillo.

– No podemos cambiar por completo la situacion.

– El archiduque tampoco.

– Seguimos muriendo, pero ?por que? ?Nos estamos batiendo desde hace treinta horas, Pouzet, y ya tengo bastante! El ruido de la guerra me asquea.

– ?A ti? ?No has sufrido una sola herida y te quejas? Casi todos tus oficiales estan inutilizables, Marbot cojea como un pato con el muslo perforado, Viry ha recibido un balazo en un hom bro, a Labedoyere le ha alcanzado en un pie un casco de metralla, Watteville se ha roto un pie al caer del caballo…

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