El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 47
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Sentado detras del gran cartapacio de cuero sobre el que solo habia un tintero de bronce de bellas formas, el senor De Maillet escucho las explicaciones de su visitante sin ofrecerle asiento. Jean-Baptiste, limpio, afeitado, con el pelo corto y todavia muy cansado, permanecio de pie, inmovil como una figura de ajedrez sobre el tablero que dibujaban las baldosas blancas y negras del suelo. El diplomatico solia servirse de ese recurso cuando queria poner termino a la conversacion rapidamente. El otro recurso era aparentar que estaba malhumorado.
El consul puso todo su empeno en dejar claro que la mision del boticario habia terminado, y que no debia esperar otra cosa que no fuera unas breves palabras de bienvenida. La misiva enviada desde Djedda habia llegado una semana atras, un lapso suficiente para eclipsar el efecto sorpresa de su regreso. En aquellos momentos el unico asunto verdaderamente importante para el consul era recibir al plenipotenciario del Negus. El boticario debia comprender que, si bien sus servicios habian sido de utilidad para entregar el mensaje que habian tenido a bien confiarle, a partir de aquel momento la cuestion quedaba en manos de los diplomaticos, y que ningun charlatan podia aspirar a acceder a ese mundo sin caer en el ridiculo. El senor De Maillet hizo las preguntas necesarias para preparar debidamente la recepcion de la embajada. Quiso saber el nombre del emisario, el numero de personas que integraban la comitiva, su procedencia y la hora aproximada de su llegada. Por lo demas, se guardo muy bien de animar al joven a contar las peripecias de su viaje, y cuanto Poncet intento hacer alguna alusion al respecto, su interlocutor le hizo entender que un hombre de tantas responsabilidades como el no podia entretenerse con tales menudencias. No era cuestion de escucharle con excesiva complacencia y conceder importancia a unas peripecias que eran todos los titulos ilustres que aquel individuo tendria en toda su vida, y de los que a buen seguro intentaria sacar provecho en algun momento.
Jean-Baptiste estaba cansado hasta la extenuacion. La emocion inconmensurable que habia supuesto para el entrar en aquella casa y la esperanza, vana por lo demas, de que tal vez viera a Alix le habian despojado de la energia necesaria para nutrir su insolencia. Aquel recibimiento estaba en consonancia con todo cuanto se podia esperar del consul. Sin embargo, en el fondo de su corazon habia esperado que quizas… Un profundo abatimiento se apodero de el.
– ?Da usted su permiso, senor consul? -dijo Jean-Baptiste, dirigiendose ya hacia la puerta.
– Gracias -dijo el senor De Maillet, que era un hombre que sabia como recompensar los meritos-. Adios, senor Poncet.
Cuando el joven hubo salido, Mace, que habia presenciado la entrevista desde un rincon oscuro de la sala, se acerco hasta el escritorio, se inclino hacia delante y dijo apresuradamente al consul en voz baja:
– Excelencia, tal vez seria oportuno que acompanara a la delegacion que manana esperara a la embajada.
– ?El? -dijo el senor de Maillet-. ?Y en calidad de que?
– Me parece que el emisario del Negus y el boticario se conocen. Asi el primer contacto podria ser mas facil. El propio embajador podria preguntar por su antiguo companero de viaje…
– Tiene razon -asintio el consul-. Aun puede sernos de utilidad. Vaya a ver si esta en la calle y notifiquele su deber.
El senor Mace se fue presuroso hacia la puerta dejando tras de si el fresco olor a jazmin que la lavandera habia logrado impregnar en sus ropas, mitigando sus secreciones naturales.
Atraveso el vestibulo, salio al rellano de la escalinata, e inopinadamente, se topo con Poncet, a quien imaginaba ya mucho mas lejos. Le parecio que estaba conversando con Francoise, que en ese momento llevaba un cesto de mimbre bajo el brazo. No obstante, al verle llegar, la mujer desaparecio en el interior de la casa, como si no hubiera interrumpido en absoluto el camino que habia seguido desde el jardin. El senor Mace, que no olvidaba nada y menos aun lo que no podia explicarse, archivo la observacion en el cajon de las que ocupaban un rincon recondito pero muy concreto de su mente. Luego se dirigio a Jean-Baptiste como si tal cosa.
– Este preparado manana por la manana para acompanar a la delegacion que dara la bienvenida al embajador. Aun no hemos fijado la hora del encuentro, pero le enviaremos un mensaje con el guardia.
El senor Mace vacilo un instante, y a continuacion anadio en voz mas baja, como si deseara darle un consejo personal:
– Y vistase con algo que este a la altura de las circunstancias. Se trata de dar la bienvenida al plenipotenciario de un rey.
Jean-Baptiste miro a aquel estupido. Una voz interior le decia que se echara a reir en sus narices, y otra que agarrara a aquel majadero por el jubon y que le rompiera la crisma contra la pared. Pero no hizo caso a ninguna; se sentia tan inutil y tan triste que solo el sueno podia redimirle de aquellos sentimientos. Asi que giro sobre sus talones y volvio a casa sin hablar con nadie.
En la escalinata, Francoise habia tenido tiempo de intercambiar con el unas palabras.
– Alix no le vera hoy.
Jean-Baptiste le dio vueltas a aquella confidencia, y al llegar se abandono a ese estado de profunda desesperacion que no obedece a un acontecimiento dramatico sino tan solo a la turbadora constatacion de que todo cuanto nos rodea solo es soportable por la presencia o por la espera a un solo ser, y que si ese ser llegara a faltar, alli donde se eleva un mundo que aun merece la pena vivir, no quedaria mas que unas insoportables ruinas pobladas de viperinos traidores y de bufones.
Alix, en su habitacion, tampoco estaba tranquila. El regreso de Jean-Baptiste, como todas las cosas que se anhelan durante mucho tiempo y que uno se ha imaginado cientos de veces, era un acontecimiento tan inesperado que la pillo desprevenida. Por eso fue un alivio que Francoise la alertara cuando se disponia a salir del consulado para ir a cuidar las plantas. De ese modo habia evitado un encuentro imprevisto que de antemano imaginaba lleno de dificultades.
Veria a Jean-Baptiste mas tarde. Como tenia las ideas demasiado confusas para poder elaborar un plan, Francoise se encargo de todo; lo unico que debia hacer Alix era arreglarse. «Si, si, eso es -se dijo la joven-. Solo tengo que arreglarme.» Pero en el momento en que Francoise abandono su habitacion y Alix se sento delante del tocador, se quedo sin fuerzas.
Despues de todo un ano de convencerse a si misma de su belleza, ahora no se creia nada. Se veia mofletuda y palida, y el color de sus cabellos la horrorizo. La mirada de Jean-Baptiste habia hecho aflorar sus encantos; sin embargo, cuando se acercaba la hora de volver a afrontar aquella mirada, esos encantos se desvanecian. Su pensamiento se habia anclado en la amable certeza del sueno, en esa quimera que le hacia creer que amaba y era amada. En una pasion corriente, los lazos imaginarios se entrecruzan con lazos reales, de modo que se fortalecen mutuamente. A veces ese sentimiento descansa sobre un canamazo confeccionado de ilusion y realidad a partes iguales, de fantasmas y gestos, de deseo y recuerdos. Sin embargo, esta extrana separacion habia propiciado que el amor tejiera solo la parte irreal, fina e irisada, que podia convertirse en polvo, como el ala de una mariposa, cuando uno trata de echarle mano.
Francoise subio otra vez a la habitacion de Alix, pensando que ya estaria lista.
– Pero bueno, ?que le pasa? -dijo-. Dese prisa.
– No quiero.
– Vamos, vamos, ?que ocurre?
– Aqui, mire, en el ala de la nariz.
Franc,oise se acerco, entornando los ojos.
– Nina mia, yo no veo nada.
– Gracias, Francoise, pero no sirve de nada que me mienta. Tengo un grano muy grande, lo noto, y ademas se ve. -Luego anadio en un tono mas decidido-: No quiero que nadie me vea asi.
– Jean-Baptiste estara aqui dentro de un momento. Bastaria con que le viera. Viene por usted. Desea tanto cerciorarse de que sigue aqui, que le espera… A mi me parece que no hacen falta tantas ceremonias para este asunto. Vaya a su encuentro y veale. Asi se sentiran mas seguros de sus sentimientos y podran estar juntos mas tiempo en los proximos dias.
– No, Francoise, este grano me desfigura. No quiero que me vea asi.
Francoise era una mujer con experiencia, y enseguida se dio cuenta de que era inutil insistir. Alix no era tan coqueta como para que un grano fuera un motivo de preocupacion. Aquello era simplemente una de las trabas que suelen manifestar los amantes. Aunque en ciertas ocasiones estos pueden correr libremente en el espacio o en el sueno para encontrarse o escapar, cuando todavia estan en los comienzos, los mas leves acercamientos, como un simple movimiento con la mano o con el brazo, pueden costarles esfuerzos mas denodados que romper unas cadenas de presidiario. Francoise dejo a Alix en su habitacion, mordiendose los nudillos, y fue a avisar al joven que ya habia entrado en el vestibulo.
Los nativos de Francia, Italia, Inglaterra y de otros lugares de Europa se concentraban en la colonia franca de El Cairo. Aquella colectividad estaba formada por unos pocos cientos de personas, la mayoria mercaderes. De todas las naciones, solo dos tenian representacion consular: Inglaterra y Francia. Pero la delegacion inglesa -habitualmente reducida- carecia de titular en aquel tiempo, asi que Francia ocupaba una posicion preponderante.
El consulado de Francia ejercia directamente su poder sobre los franceses que gobernaba, e indirectamente sobre los subditos de las demas naciones. En algunos casos, Francia los protegia porque eran cristianos pertenecientes a pequenas comunidades indefensas, como los maronitas, o porque a falta de una legacion de su propio pais Francia habia aceptado representar a los distintos gobiernos de estos francos que no eran franceses.
No obstante, esta autoridad consular tenia poca aceptacion y los mercaderes que poblaban las escalas de Levante se sometian a su potestad de mala gana. Con todo, no tenian eleccion, pues si los turcos les permitian vivir y comerciar en tierra islamica era a costa de tal sumision. Para contrarrestar el poder del consul y tener mas posibilidades de hacerse oir, los mercaderes elegian a un «diputado de la nacion», o sea a alguien a quien las autoridades consulares tenian la obligacion de escuchar siempre que hubiera que tratar asuntos concernientes a los franceses. En el pasado algunos consules se habian guiado por la ley de la fuerza para tratar con estos diputados, y ello les acarreo no pocos disgustos. Valga decir que en el momento de asumir sus funciones, elsenor De Maillet fue acogido friamente por la nacion franca, que se vio obligada a aceptar un nombramiento impuesto desde Versalles, cuando generalmente los consules habian sido oriundos de la colonia. Asi que desde el comienzo de su mandato concentro todos sus esfuerzos en el diputado con objeto de granjearse su simpatia. El representante de entonces era un hombre gordo llamado Brelot, que se ocupaba del comercio de la seda en El Cairo pues era oriundo de Lyon. Rico y muy ahorrador en todo cuanto respecta a lo primordial -se decia que sus hijos llevaban ropas agujereadas que no habrian querido los mendigos-, se mostraba extremadamente prodigo para todo aquello que fuera superfluo. Y no tenia reparos en hacer un gasto espectacular con tal de verse en el entorno del unico noble que habia entonces en El Cairo, es decir, el consul.
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