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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 66


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Dicho esto, el senor Raoul avanzo hasta el portal y tiro de una cadena de hierro. Una campanilla, muy lejana, sono en los corredores vacios. Un momento despues aparecio la sirvienta. Era una mujer con el rostro surcado de arrugas aunque conservaba la mirada bondadosa y brillante de la juventud. Llevaba un delantal anudado a la cintura y una simple cofia de batista.

– Para tu senor, Francoise -dijo el posadero.

Al oir el nombre, Jean-Baptiste se ensimismo un instante y el pensamiento de Alix le atraveso como una punalada. Pero se recobro enseguida. La sirvienta los condujo por largos pasillos amueblados con baules de roble, sombrios y abandonados ahora, aunque se podia imaginar que en el pasado habia vivido una familia y se habian oido gritos de ninos. Subieron una escalera que rechinaba y entraron en una habitacion decorada con terciopelo carmin con motivos adamascados.

Acostado en sabanas de lino les esperaba un hombre de gran estatura, con el rostro redondo y el pelo canoso y cortisimo. Al verles esbozo con gran esfuerzo una tenue sonrisa en su mascara de dolor.

Poncet pidio al posadero y a la sirvienta que esperaran fuera. Examino al enfermo, que le indico con el indice donde se localizaban las punzadas, apretando los labios en un intento desaforado para no gritar. Jean-Baptiste le hizo preguntas muy precisas, diciendole que respondiera si o no con la cabeza. Por fin, cuando tuvo una idea clara de la naturaleza del mal, se marcho no sin antes advertirle que volveria al dia siguiente por la manana.

Paso buena parte de la noche preparando una pocion, que le administro al dia siguiente. Pero los dolores no cesaron. Trabajo nuevamente por la tarde y le llevo otro remedio que tampoco hizo efecto alguno. Aquella noche indago por otra via, a la vez que se lamentaba de que el maestro Juremi no estuviera alli para ayudarle, pues era un portento en ese tipo de preparados. Finalmente, a la manana del segundo dia, llevo al paciente un tercer especifico a base de resina de jara, quesurtio efecto en menos de una hora. La disminucion del dolor se reflejo a ojos vistas en el rostro del paciente, y se durmio aliviado. Por la noche llamo a Jean-Baptiste. Al llegar, este encontro al enfermo sentado y vestido.

– Tome asiento -dijo el hombre amablemente-. Y permitame que me presente. Aunque probablemente no le dira nada, mi nombre es Robert du Sangray.

4

Michel, un anciano copto de Luxor, agregado al consulado como palafrenero durante mas de veinte anos y maestro de equitacion de las familias de los diplomaticos, formaba parte del destacamento de criados que acompano a Alix a Gizeh. Este tributaba a la joven la admiracion temerosa que los egipcios manifiestan frecuentemente a su senor cuando ese senor es una mujer, y mas aun con tantos encantos. Asi que tardo en comprender lo que esta pretendia. Cuando le pidio clases de equitacion, el anciano considero que seria suficiente con montarla a mujeriegas en una silla y hacerle dar vueltas al paso, mientras el sujetaba el ronzal en un cuadrado de hierba situado en un desnivel inferior de la villa que era apropiado para hacer una carrera. E! segundo dia pensaba hacer lo mismo, pero Alix le dijo que deseaba hacer progresos mas rapidos. Con un golpe de latigo, puso al animal a medio trote. Antes de la tercera sesion, cuando vio que el viejo palafrenero volvia a poner el ronzal, Alix fue hasta el, se planto delante y le dijo con una firmeza poco comun para una joven de su edad:

– Michel, tenemos poco tiempo. Mi padre puede pedirme que vuelva a El Cairo de un dia para otro. Antes de que eso ocurra quiero aprender a montar. ?Esta claro? Dejemos las mujeriegas y el ronzal. Dame una silla de hombre y espuelas. Me he puesto unas enaguas de terciopelo que son resistentes. Ensename todos los pasos, el salto y todo cuanto es preciso saber para ir deprisa y por todas partes.

El anciano ejecuto estas ordenes extranado e inquieto, sobre todo porque nadie aprende equitacion sin caerse. ?Que iban a decir si se rompia los huesos por su culpa? No le gustaba el consul, pero le temia. Alix disipo su ultima objecion diciendo que en caso de accidene asumiria todas las responsabilidades y aseguraria haber hurtado el caballo.

Miehcl se presto al juego, mas tranquilo. En una semana su miedo dejo paso a una gran confianza. La joven alumna habia adquirido reflejos y un principio de equilibrio, y su gracia, unida a una intrepidez insospechada, le llevaba a dirigir su montura con armonia y suavidad, aunque tambien con mucha firmeza.

Muy pronto salio a dar un paseo. Nadie podia acompanarla pues solo habia brida y silla para un caballo. Ademas, el anciano, aunque instruia a los caballeros, no podia montar pues sufria reumatismo y estaba practicamente tullido. Solo dieron aviso a los jenizaros, que acampaban a la entrada de la propiedad. Estos se acostumbraron a ver pasar cada manana a un caballero que corria a traves de los campos y cruzaba los canales por los pequenos diques de tierra rojiza que habian construido los campesinos. En ningun momento pensaron que podia tratarse de una mujer, puesto que Alix ocultaba su cabellera bajo un sombrero de ala ancha, y su amplia camisa ocultaba sus formas femeninas.

Estos ejercicios ecuestres habrian bastado para extenuarla; sin embargo la joven no se limito a eso. A peticion suya, al dia siguiente de su llegada el maestro Juremi fue en barca a reunirse con ellas. Atraco en el ponton al anochecer y el mismo subio un largo cofre de madera que hacia un ruido metalico cuando daba contra el suelo. De alli saco unos floretes con zapatillas, dos petos de cuero y caretas.

Aquella misma noche, Alix tomo su primera leccion de esgrima en la terraza de madera que daba al Nilo. En esta ocasion no tuvo necesidad de decirle al maestro Juremi que queria, pues este habia comprendido y la trato con el mismo rigor que a un hombre.

Luego le pidio que hiciera trabajar tambien a Francoise, para proseguir las dos con el entrenamiento, en el supuesto de que tuviera que marcharse. Alix se divirtio al observar con que turbacion se desarrollaba la segunda leccion. Francoise exageraba su torpeza de principiante, y el maestro Juremi, que no tenia esa excusa, se dejo tocar dos veces por descuido.

Cuando acabo la leccion, Alix acompano con un candil en la mano al maestro de armas hasta la habitacion que habian dispuesto para el en el piso de arriba. Aunque a Francoise le hubiera gustado confiarse a su amiga, la joven, muy fatigada, se metio en la cama y se durmio.

Los dias pasaron al compas de estos ejercicios fisicos. Incluso una vez, despues de haber mandado alertar a los turcos de que los criados iban a intentar dar muerte a un perro que merodeaba por los alrededores, pasaron la tarde practicando tiro con la pistola. Alix aprendio a cargarla y disparo diez veces sin parpadear.

Las veladas eran mas comprometidas. Cenaban los tres en la terraza, y como los otros dos se sentian tan embarazados de encontrarse cara a cara, la conversacion se centraba casi por completo en Alix. Solo las ranas que croaban a millares en los canizales de la ribera poblaban los largos silencios de su compania.

A la joven le divertia ver a aquel hombre y a aquella mujer con tanta experiencia, habitualmentc alegres, reducidos a tan poco por los tormentos del amor, y reflexiono largamente sobre este proposito.

Pero muy pronto el ambiente de las veladas empezo a resultar agobiante. Alix deseaba que pasara algo, aunque no se atrevia a confiarselo abiertamente a Francoise. Una noche, al regresar de un paseo en que se habia dejado llevar a todo galope, la joven tuvo por fin la sensacion de que la situacion habia cambiado. Despues de la cena, que fue muy silenciosa, el maestro Juremi dijo con una voz grave que se hacia eco en la oscuridad:

– Le pido que me disculpe, senorita, pero he dejado a un vecino al cuidado de las plantas. Usted sabe mejor que nadie cuanto significan para nosotros y quisiera pedirle permiso para regresar a El Cairo manana por la manana.

– Pero las lecciones… -dijo Alix, al tiempo que se reprochaba inmediatamente su egoismo.

– No hay que ir demasiado deprisa. Usted ha adquirido los rudimentos. A partir de ahora, solo la practica le procurara progresos. Dejare aqui los floretes y los petos para que pueda practicar con Francoise. Ya no soy imprescindible, francamente.

Francoise miraba fijamente al maestro Juremi con aire ausente y labios temblorosos. Se levanto, tuvo el aplomo de llevar la bandeja de cafe a la cocina y desaparecio. El maestro de armas abandono la mesa, saludo respetuosamente a Alix y se alejo con el candil en la mano, en el sentido opuesto.

El maestro Juremi partio al dia siguiente al amanecer. Las dos mujeres le acompanaron hasta el ponton. En cuanto solto amarras, la barca enfilo el rio. El sol, deformado por la bruma del desierto, se elevaba entre las palmeras de la ptra orilla. Una falua sin vela, cargada de madera, deslizaba el mastil por encima del agua, manteniendo su fina botavara como la pertiga de un funambulista. Dos grandes zancudas in-moviles de color rosa apuntaban el pico hacia el sol, y de lejos se habria dicho que se apoderaban del disco solar y lo sacaban lentamente de las aguas. Francoise lloraba.

– ?Que ocurre? -pregunto Alix, tomandola por el brazo.

Frangoisc se seco los ojos, miro a Alix suspirando y se encogio de hombros.

– Perdoneme. Debo recobrar la serenidad, eso es todo. Bien, ya esta. Ahora estoy mas calmada. ?Que tonta soy! ?A mis anos!

– ?Le ha hablado? -pregunto Alix mientras se sentaba en el malecon y atraia a su amiga a su lado.

– ?Desde luego! Voy a contarselo, pero usted ya lo ha adivinado todo. Ya sabe que se pasaba los dias enteros en este ponton, fingiendo pescar para no verme. Asi que ayer por la tarde fui a ver a Michel; siempre tiene una garrafa de orujo para aliviar su reumatismo. Me tome dos vasos y vine aqui. Juremi estaba sin hacer nada, pero al oirme cogio la cana e hizo el gesto de echar el anzuelo al agua. Cuando me sente a su lado refunfuno. Tenia miedo, creame. Si hubiera sabido nadar, habria tenido mas coraje para tirarme al agua. Pero hablo el. Con su voz, ya sabe. Imaginese como me encontraba… Iba a abrir la boca cuando empezo a resonar ese gran tambor en mis oidos.

– ?Que le ha dicho?

Como el sol ya estaba bastante alto, la ribera se veia mas clara y el rio mas negro; las zancudas echaron volar.

– «Francoise», me dijo, y al oir que pronunciaba mi nombre senti una emocion que no puedo describir. «Francoise, ya se que viene a decirme. Pero es inutil hablar. Mire usted, en mi familia hemos soportado todo porque querian obligarnos a renegar de nuestra fe. Y eso es algo que ninguno de nosotros ha hecho nunca. No es una cuestion de religion. La verdad es que nunca hemos podido traicionar nuestra palabra. Pues bien, debe saber que yo di la mia.» Se detuvo un momento, dejo la cana a un lado y puso su mano sobre la mia, antes de proseguir: «Si la vida me ha liberado de mi juramento, cosa que tal vez sepa algun dia, sere libre. Entonces le dare mi palabra a usted, si usted acepta. Y sera para el resto de mi vida.»

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