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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 67


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Alix acogio en sus brazos a Francoise, que siguio llorando un buen rato, y luego volvieron a la casa.

«Es un motivo de felicidad para ella -penso Alix-. ?Pero hay que ver que infelices son los enamorados!»

Se puso a pensar en silencio en los breves momentos que habia pasado con Jean-Baptiste y le parecio que tambien ella debia de dar una imagen muy debil de si misma, y muy aburrida.

«En Versalles -se dijo-, entre todas aquellas hermosas mujeres, ?como va a acordarse de mi?» Pero ese pensamiento, que meses atras la habria abatido, solo infundio mas impetu a su galope.

El consejero Pomot de Sangray era exactamente como le habia descrito brevemente el posadero: muy alegre por naturaleza. Le gustaba la gente y volvio a sentir las ganas de vivir en cuanto los dolores empezaron a ceder. Gracias a Jean-Baptiste, por primera vez tenia un arma para combatirlos. Unas horas de sosiego habrian bastado para darle prueba de toda su gratitud. No obstante, como el tratamiento le proporciono una paz prolongada, que se afianzo en los dias siguientes, su agradecimiento ya no tuvo limites. Le dio al boticario una bolsa de treinta escudos de oro y le aseguro que cubriria todos sus gastos durante su estancia en Paris, que esperaba fuera muy larga.

La bondad a manos llenas a veces anula las deudas, y Jean-Baptiste considero que la amistad del anciano era un salario elevado y suficiente. No se habria atrevido a pedir otro; asi que tomo la bolsa y dijo que no aceptaria nada mas.

Cada tarde iba a visitar a su paciente, que como ya tenia libertad para moverse corria por la ciudad y acudia por su propio pie a la hora a la que estaban previstas las visitas, aunque no se sabe muy bien quien iba a ver a quien. Mas de una vez el medico y el paciente se habian tropezado en la puerta de entrada, procedente cada uno de un extremo de la calle. La conversacion habia traspasado el terreno de la enfermedad para convertirse en la charla de dos amigos que hablan libremente.

– ?Y por que no se instala usted en mi casa? -le pregunto el consejero apenas una semana despues-. Le Beau Noir es una buena taberna, pero una hospederia horrorosa, por lo que dicen.

– Eso seria un acto de poca consideracion hacia el posadero, a quien le debemos el habernos conocido.

– Ya me las arreglare yo con el. Seguira haciendose cargo de sus comidas. Y como ya no necesito los hervidos insulsos de Francoise, le dire que me traiga a mi tambien el condumio. Seguiremos siendo buenos clientes. Ademas, con las ferias que hay en esta epoca del ano, manana mismo habra alquilado su habitacion.

Jean-Baptiste acepto. Y el consejero mando preparar para su huesped un alojamiento luminoso, amueblado con gusto, y cuyas dos ventanas delanteras daban a la calle bulliciosa y permitian observar como los fieles entraban y salian bajo el porche de San Eustaquio. Se puso en funcionamiento de nuevo una gran chimenea de marmol italiano, donde Jean-Baptiste avivo grandes fuegos para entrar por fin en calor. En la parte trasera disponia de una habitacion, dos gabinetes y un guardarropa donde mando llevar desde la posada de enfrente su ligero equipaje, el cofre de los remedios y la caja con las orejas del elefante.

– Cuando compre esta casa -le dijo Sangray, que llegaba entonces para ver como iban las mudanzas-, llevaba diez anos cerrada. Los propietarios la odiaban a muerte.

– He oido decir que se combatia aqui.

– A principios de siglo era el punto de encuentro para quienes se hacian llamar los refinados del honor. Y nadie duda de que tuvieran honor. Pero su refinamiento consistia en establecer unas normas estrictas, que por lo demas fijaban ellos mismos para justificar las practicas de descuartizadores. Imaginese, el conde Montmorency-Boutteville, que era el inquilino titular, tuvo veintidos duelos a la edad de veintisiete anos. El ultimo se celebro bajo las ventanas del hotel Richelieu, lo que le valio ser decapitado la vispera de San Juan.

– ?Gloriosos recuerdos! -dijo Poncet con emocion.

– ?Usted cree?

– Si, me parece que aquellos hombres vivian.

– Y sobre todo morian -dijo Sangray-. Y provocaban la muerte de otros. Conoci demasiado bien el horror de la Fronda, un periodo en que ya tenia mi conciencia de nino, para lamentar ese caotico reino de la fuerza. No, querido doctor, soy un hombre de leyes, de orden. Me siento mas el carcelero de estos fantasmas que su conservador.

Jean-Baptiste confio inmediatamente en aquel hombre paciente y de maneras dulces, que analizaba todo con una mente tan abierta. Le conto con detalle su viaje a Abisinia y el relato los tuvo entretenidos unas cuantas noches, sentados en grandes sillones de patas curvadas y con las piernas estiradas hasta tocar practicamente los morillos de bronce.

Aquellas charlas despertaron el deseo de realizar trabajos literarios. Sangray se prometio reemprender la obra que habia empezado sobre la comparacion de las leyes humanas y, con su consejo, Jean-Baptiste decidio recoger por escrito la cronica de su viaje. Ambos se pusieron a la tarea el dia siguiente.Pero el consejero no era solo un hombre de estudio. Conforme mejoraba, se sentia volver a la vida y no habia momento de gozo que no aprovechara. En cuanto hubo un baile en el Palais-Royal, el, que era un asiduo de la residencia del duque de Chartres, se dio el placer de acudir y pidio a Jean-Baptiste que lo acompanara.

Eran de la misma estatura, aunque uno menos corpulento que el otro. El consejero presto a su huesped un jubon de gala con ribetes de oro y ondas de fino encaje. El senor Raoul, el posadero, que tambien alquilaba carruajes, les proporciono un cochero y un vehiculo. Salieron a tiempo para cenar.

5

En aquel entonces, el Palais-Royal era el unico vestigio parisino de una vida cortesana que se habia trasladado por completo a Versalles, alrededor del Rey. Aunque desprendia lujo y fastuosidad, el Palais-Royal no contaba con la abrumadora presencia de un amo, pues el hijo del senor manifestaba a todos una suerte de afecto complice que incitaba a la libertad. En ese ambiente calido y apacible, las flores mas bellas lucian mas abiertamente que en Versalles: un numero increiblemente elevado de personajes, sobre todo mujeres, reunian belleza, juventud e inteligencia, atributos que ya de por si resulta dificil encontrar por separado. Sangray presento su amigo a la duquesa de Chartres, que estaba sola, porque esa noche su marido, el senor de aquellos lugares, fue requerido en Versalles, y cuando llegaron ya se habia marchado.

Durante y despues de la cena, cuando el exiguo tropel de invitados se disperso por los salones, Poncef obro con cierta imprudencia. Un corrillo de bellas mujeres, cuyos nombres ignoraba, salvo el de una de edad muy avanzada a quien las demas llamaban la marquesa de…, le rodearon en un rincon. Su buena planta, su insolita procedencia y sobre todo el don que tienen las mujeres para vislumbrar el misterio alli donde se quiere encubrir, y para orientar su curiosidad por esa via, fueron motivos suficientes para que se reunieran a su alrededor las damas mas avidas de novedades. Jean-Baptiste cayo en esa trampa muy facilmente, puesto que hablar era el mejor recurso que tenia para frenar la emocion y la timidez que le inspiraba aquella deslumbrante corte. Se dejo llevar hacia el tema de Abisinia, y esto suscito cientos de apasionadas preguntas. En el caos de aquella conversacion mundana, Jean-Baptiste cometio el error de explayarse algo mas de la cuenta con los aspectos pintorescos. Conto con todo lujo de detalles que, en los banquetes mas fastuosos, los abisinios tenian la costumbre de yantar bueyes vivos a los que les arrancaban la carne aun palpitante, para luego meter los dedos en los cortes que practicaban a lo largo del espinazo de aquellos pobres animales.

Termino su historia en medio de un silencio sepulcral. La vieja marquesa le lanzo una mirada de indignacion, agito febrilmente el abanico y levanto el vuelo hacia la veranda. Toda la tropa de jovenes siguio su ejemplo, en un voluptuoso frufru de tafetanes multicolores.

El joven se quedo solo en el sofa, respirando durante un rato las fragancias que habian emanado a su alrededor aquellas carnes arropadas en encajes, aquellas gargantas que exhalaban almizcle, pimienta y jazmin, y aquellos rostros empolvados con polvo de arroz y coloreados con palo de Pernambuco. Nunca habia visto mujeres tan agraciadas; todas ellas, tanto las mas jovenes como las mas viejas, eran tremendamente apetecibles. Todas poseian la quintaesencia de lo femenino hasta el punto de hacer con sus encantos una sustancia casi pura, como ocurre al destilar las plantas para extraer unas gotas, que curan o matan.

Sin embargo, algo le incomodaba. Tal vez fuera la indole estrictamente artificial de esas gracias. «Al fin y al cabo -se dijo- todo esto es muy propio de los palacios, bajo cientos de velas encendidas y durante las pocas horas en que las galas lucen intactas y aun no se han marchitado. Pero ?en que se convertirian estas mujeres si se sumergieran por un segundo en el otro mundo, o sea en el verdadero? Seguramente en momias, porque esta claro que solo saben respirar ese aire saturado de polvo de arroz. Por otro lado, para gustar aqui, los hombres se ven forzados a vivir a las mismas horas, en los mismos escenarios y con los mismos modales. De hecho, no hay mas que mirarlos.»

Tratando de mostrarse lo menos insolente posible, Jean-Baptiste observaba a aquellos jovenes petimetres de campo, a aquellos obispos caballerosos, a aquellos gentilhombres que se habrian espantado ante una espada desenvainada. «El corazon, la fe, la gloria de las armas, todo aqui esta domenado -se decia- y estas delicias solo son un dulce cautiverio.» No obstante, seguia estremeciendose cuando dos bellezas pasaban cerca y lo miraban.

Sangray lo encontro ensimismado en estos pensamientos y fue a sentarse a su lado.-?Le felicito, amigo! He oido comentarios muy elogiosos sobre su persona y tambien he recibido muchos parabienes por haberle traido.

– Se burla de mi. Todo lo contrario, he sido muy torpe.

Jean-Baptiste le conto la funesta anecdota del buey y como su auditorio habia desertado con el semblante indignado.

– No tiene ninguna importancia. No ha hecho mas que dar a esas damas un pretexto facil para lanzarse con elegancia sobre los pastelillos que acababan de servir. Creame, no solo se han olvidado de todo sino que ademas lo encuentran encantador.

Y como para confirmar sus palabras, un corrillo en el que se hallaban algunas de las jovenes acompanantes de la marquesa de… pasaron por delante y le dirigieron unas graciosas sonrisas.

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Rufin Jean-christophe - El Abisinio El Abisinio
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